Edición de una fotografía del autor.
Julia,
no se sentía todo lo feliz que debía, a pesar de que ese día cumplía 48 años.
Mientras
preparaba la clase, pensaba que a pesar de vivir rodeada de niños, no había
podido sentir dentro de sus carnes el desconocido y placentero dolor de saberse
madre, además de maestra. Eso y la desmesura de un mundo que solo mira a los
que resplandecen y escalan, mientras se olvidan de aquellos que tienen la
encomiable labor de modelar personalidades y cubrir con capas de cultura la
primeriza arcilla de la vida que empieza.
Ser
hija sola, tener que compatibilizar los estudios y el cuidado de sus padres, el
vivir en un pueblo pequeño, donde las ocasiones de conocer varón eran muy
limitadas, y también su propia timidez, le fueron alejando de esa condición,
que en esta mañana radiante de su cumpleaños, echaba de menos.
Cuando
consiguió aplacar los ánimos de su infantil alumnado, siempre vocinglero e inquieto, les pidió que la clase del día la
dedicaran a pintar el dibujo que a cada uno se le ocurriera. Y que al final
tendrían que entregarle, antes de hora del recreo, para que durante ese tiempo,
ella pudiera examinarlos.
Mientras
los alumnos se afanaban con colores y borradores, absortos, ahora sí, en la
tarea encomendada, Julia ganaba su tiempo volviendo a leer “Lo raro es vivir”, una novela de Carmen Martín Gaite, autora por
la que sentía una gran devoción, desde que leyera a sus 18 años, la premiada “Entre visillos”.
Una
vez en su poder, todos los dibujos, dejó la lectura, mandó a los alumnos al
recreo y se dedico a mirar uno por uno los trabajos requeridos.
Muñecas
llenas de rutilantes abalorios, héroes de tebeo, guardametas haciendo
imposibles paradas, casas con árbol, chimenea y humo, escena bélicas con
mastodónticos armamentos, todo ello plasmado con líneas temblorosas y los
colores más propicios para hacer plausibles las escenas, no fueron capaces de
evitar esa tristeza que le rondaba, por no poder vivir la vida que quería.
De
entre todos los dibujos, eligió uno que representaba una playa un tanto
psicodélica y particular, que a pesar de su rareza no dejaba de poseer una
cierta y rara belleza.
Vio
la firma y comprobó que pertenecía a Moncho, el único alumno especial que había
en su clase.
Miró
por la ventana y pudo verlo, silencioso y solo, sentado debajo del árbol,
mirando fijo al horizonte, mientras los demás, corrían y competían, entre
gritos y sudores.
Bajó
y se sentó al lado de aquel muchacho de mirada distinta y facciones
particulares, el de la sonrisa constante y la soledad de compañera, el que
había nacido rehén de un síndrome que ninguno de sus compañeros había aprendido siquiera a pronunciar.
Enseñándole
su dibujo, le dijo:
.-
Moncho, me gusta tu dibujo.
¿Quieres
llevarme de la mano hasta esa playa tuya de barcos amarillos, de arena azul y
nubes verdes, donde el agua de color rojo, acaricia a ese cielo que se funde
con el agua, en una línea negra que no le resta esperanza a la realidad cierta
de una felicidad verdadera?
¿Quieres
enseñarme a que brisa fresca le compras las sonrisas?
¿Con
que palabras persuasivas has conseguido que sirenas de luz te pinten de azules
la mirada?
¿Cómo
pudiste sacar de un frio predio de sombras, la caliente y cálida textura de tu
amoroso tacto?
La
mano de Moncho acarició su cara, al tiempo que aprovechaba para limpiar las
lágrimas que nacían.
No
tuvo más remedio que copiar su perenne sonrisa, empezando a comprobar que,
ahora sí, empezaba a celebrar su cumpleaños, mientras recibía el calor de
aquellas manos, que solo sabían de ternura, como el mejor regalo que nunca
tuvo.
Más cumpleaños en La Plaza del Diamante.
Sin palabras, Juan, sin palabras. No sólo s de una belleza sublime, también es de una ternura infinita. Además, percibo una denuncia con la que estoy totalmente de acuerdo: esa mujer que no ha tenido hijos y el contraste con el cariño y ternura por ese niño "especial" y su trabajo. Por ese Ser Humano que, según algunos colectivos, hubiera podido no nacer y además de manera premeditada y amparada por una ley hecha a medida de las bestias.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y aprovecho, otra vez más, para quitarme el sombrero.
Juan cada día me sorprendes más . Este relato lleno de sensibilidad me ha llegado hasta lo más profundo y me ha arrancado la emoción de este día triste y lluvioso, feo, pero que con tus palabras has hecho brillar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Maravilloso!!!!!
ResponderEliminarTan tierno....
ResponderEliminarMuy buen relato. Resulta interesante ver lo que significa festejar un cumpleaños para una persona que no cumple con lo que la sociedad establece para ella.
ResponderEliminarA veces, la felicidad se encuentra en los pequeños gestos, como en ese dibujo de Moncho que devolvió la ilusión a su maestra.
ResponderEliminarUn abrazo
Estoy temblando de emoción, qué profundidad de sentimientos Juan
ResponderEliminarAbrazos
Me ha encantado tu relato, demuestras tener una gran sensibilidad para llegar a escribir este texto.
ResponderEliminarUn beso.
Precioso relato, escrito con una gran sensibilidad y ternura. Es el sueño de toda mujer (creo) llegar a ser madre. Pero al llegar a la madurez y no poder cumplir este sueño, se sienten indefensas y frágiles. A través del dibujo de Moncho pudo realizar ese sentimiento que ambos disfrutarán.
ResponderEliminarUn relato lleno de ternura y sensibilidad. Entiendo la tristeza de Julia por no haber podido cumplir con su deseo de ser madre pues es uno de los sentimientos más maravillosos que se puedan tener en este mundo, sin embargo es capaz de plasmar todo ese amor con otros niños que lo necesitan.
ResponderEliminarUn abrazo
Muy tierna historia. No hace falta parir para ser madre. Hay muchas maneras y ser maestra de vocación quizás sea una de ellas.
ResponderEliminar=)
Muy bonita, querido Juan. Ser maestra es algo maravilloso, si volviera a nacer, lo sería nuevamente.
ResponderEliminarTernura y besos para ti
Conmovedora y tierna historia, bellísima en la forma. Genial Juan, es un verdedero placer para los sentidos pasar por aquí, incluida la edición de la foto.
ResponderEliminarBesos
Y ese día Julia cumplió todos los cumpleaños de su vida. Esos que faltos de algo esencial, había inconscientemente pospuesto.
ResponderEliminarMuy trabajada historia, tierna y sensible.
Abrazos y gracias por venir a La Plaza.
Me has provocado un escalofrío, es una historia conmovedora, realmente los niños nacidos rehenes de ese síndrome vienen con esa sonrisa y esa dulzura que les hace adorables. Dos almas solitarias y un punto de encuentro.
ResponderEliminarUn beso
Sólo los seres especiales son capaces de regalar emociones, de poner color a lo gris de la existencia con una simple sonrisa.
ResponderEliminarUn beso
Cuánta ternura en esta historia, con la que me he identificado en algunos puntos. El ejercer el magisterio es uno de ellos, lo que me ha posibilitado conocer y compartir con niños con situaciones de vida diversas. Y en ese punto, el corazón se me llena de dulzura, porque tal cual lo describes, es cómo se siente. Se agradecen esos momentos que pasan a ser memorables, porque las demostraciones de afecto llegan a ser una señal de luz en nuestras vidas. Hermosísimo relato José!
ResponderEliminarBesos!
Gaby*
Muy tierna historia Juan.... se diría que, conmovedora....
ResponderEliminarImpecable narración Juan, su forma, su ritmo pausado, llena de ternura en su fondo. Me ha encantado entrar en el sentir de Julia y celebrar con ella ese mundo particular de Moncho, ese mundo que muchos no entienden y por ello no disfrutan de el.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan, una emotividad a flor de piel impregna todas y cada una de las letras de tu relato. Es una pequeña historia llena de ternura y sentimiento, pero al mismo tiempo plena de esperanza e ilusión de dos seres que se encuentran en el cariño de sentirse especiales.
ResponderEliminarBravo Juan, me descubro.
Ayyyy !!!
ResponderEliminarme has hecho llorar que bella historia en la que me siento plenamente identificada, has llenado mi corazón y mi alma de emoción y de bellos recuerdos junto a mis pequeños, vaya que entiendo plenamente a la protagonista de esta certera y real historia... ayyy !!! como explicar esas emociones que he sentido al leer tu texto y recordar los maravillosos momentos vividos con aquellos hermosos pequeños
Esos seres con síndrome impronunciable para los niños, son seres de luz, Juan. Son tremendamente cariñosos. Tengo un sobrino con síndrome Down y es la alegría de sus padres. ¿Quien resultó más gratificado en ese encuentro profesora alumno?, pienso que posiblemente los dos. No fué un mal regalo de cumpleaños esa tierna caricia recibida.
ResponderEliminarUn lujo leerte. Un fuerte abrazo.