sábado, 22 de febrero de 2014

LA CASCADA


Fotografía: Miguel Saligó



Tras una larga y solitaria caminata, aquel sendero me concedió el premio del más maravilloso paisaje que nunca había visto o soñado.

El sendero se detenía abruptamente, sin duda asustado por el enorme desfiladero que se iniciaba a sus pies.

Instintivamente retrocedí unos pasos y evite mirar hacia el vació. No quería ofrecer mi inestabilidad al sugerente imán de las profundidades.

Sentado en un mullido montículo verde, me di a contemplar toda la belleza que tenía enfrente de mí.

Una cascada rompía con su rumor de espumas el quieto silencio de la tarde.

Hipnotizado, como desprendido de todo lo que me ataba a lo prosaico y normal, al poco rato me encontraba hablando con la gran masa de agua que se desbocaba encabritada hasta las profundidades.

.-<< Me gustaría ser como tú , que le roba el brillo al sol. Que tiñe de verde las tristes y desconocidas oquedades que negrean tras de ti. Me gustaría ser como tú y cantar una alegre canción de vida, antes de perderme en un infinito de ondas, espumas y profundidades.

Lo que no puedo entender es por qué ese afán de constante suicidio, estando rodeada como estás, amiga cascada, de tanta belleza. >>

La cascada siguió con su constante y saltarina monotonía. Solo cambió el sonido rumoroso de su eterna canción.

Y cambió, para que yo pudiera oír con nitidez sus palabras:

.-<< Amigo, es que mi vida es un fracaso. No puedo soportar tanta verticalidad suicida y estas estrechuras que coartan mi libertad. !!!Yo lo que verdaderamente quería, es haber sido mar!!!.>>

Las miríadas de gotas que nacían al estrellarse el agua en el fondo del desfiladero, parecían velas blancas que surcaban rumbo al sol que empezaba a esconderse por el horizonte.

Yo, regresé a mi camino, pensando que ni siquiera aquella belleza contrastada, estaba de acuerdo con el papel que el destino le había otorgado en el reparto del gran teatro del mundo.







lunes, 17 de febrero de 2014

NO QUIERO ESTA SOLEDAD




No quiero esta soledad
de liviano pájaro aterido
en la escueta rama
de un invierno desnudo.

Me duelen las ausencias
que se agarran a mi pecho
con mariposas de vidrio,
 y tumores de nostalgias.

El viento,
ese corcel con crines de misterio,
acota entre paréntesis la noche,
apagando la música azul de los latidos.

Yo,
 perdido en una eternidad sin retorno,
solo pido primaveras de estrellas,
dulce rumor de aves y de versos
y el calor de tu mano,
capaz de una resurrección de todos los sentidos.

Necesito el aplomo de la golondrina,
La suave brisa que hace posible
el eterno amor de la orilla y la ola.
Necesito el calor  de ese rayo de sol
que ha quedado olvidado
en la tersa calidez de los espejos.

Necesito la dadiva impagable de una luna brillante,
de una luma redentora y rebelde
que no admita los silencios.
que rellene los vacios con claridades de sueños,
que tinte con su blancura los fracasos.

Necesito un súbito amanecer
que marque el vuelo de las golondrinas
y la refulgente gracia del rocío.
Pero, sobre todo, necesito,
esa sangre nueva y creadora
que solo la primavera es capaz de regalar
a los poetas , los pájaros y las flores.









jueves, 13 de febrero de 2014

PROPUESTA DE LOS JUEVES.- CARTA A MI AMADA.




Compañera del alma:

 Creo recordar que hace más de sesenta años que no te escribo una carta.  Unos deberes para la patria, que nunca entendí, fueron los motivos de una larga separación de dos años, que traté de llenar con incendiarias y temblorosas palabras, escritas en largos y  suplicantes envíos, ansiosos de tus rápidas contestaciones.

Ha pasado mucho tiempo y no hubo necesidad de más palabras escritas. Solo algún poema, cuando la musa de siempre, se calzaba tus zapatos y con pisadas de luces paseaba por mi  verso.

Observarás en mi encabezamiento, que han desaparecido los fogosos y egoístas adjetivos que en mis ardientes misivas, acompañaban a tu nombre.

Entonces todo era deseo y posesión, presente insatisfecho y palabras bañadas de miel que escondían noches preñadas de sudores y madrugadas con el mal sabor de boca de lo ni siquiera iniciado.

Ahora hay más sosiego en mis palabras. A los circuitos de las ansias, la edad le ha puesto inmisericordes relés, que modifican las sensaciones y acompasan los tiempos y eres ahora mas yo, mas cuerpo mío.

Por eso solo después de tu nombre pongo “del alma”. Alma que no sé si existe, pero  que doy por hecho, que de existir, la mía la has modelado tú.

No en vano, con el paso de los años, has sabido diseñar la cabal arquitectura de todos mis sentidos.

Y es que, aunque la piel ya lleve escritas mil caricias, aunque los latidos suenen con otra música de entrega más calmada, pero más plena de certidumbres, aunque los besos terminen por ser solo oraciones a ese dios del amor que representas, aunque nuestros corazones hayan recorrido largas distancias, sabiendo siempre curar las rozaduras de los aprietos de la vida, aunque las rosas rojas de los 14 de Febrero, hayan terminado por secarse, aunque hayan palidecido los almanaques, aunque ocurra todo eso, todavía hay una plenitud de escalofríos, cuando digo tu nombre y lo acaricio.

Hubo un tiempo en el que recitaba las letras que te nombran, mientras contaba estrellas en el cielo. Hasta que comprendí que costaba menos tiempo llegar hasta tus labios, alumbrándome con las luces de tus ojos.

Llegamos juntos desde tierra dentro al mar, este mar que nos acuna y que todo lo sabe y fue a vuestro lado cuando aprendí de sortilegios.

Aprendimos a mirar juntos esa línea del horizonte que nos separa de otros mares y otras vidas que seguro merecen ser vividas y añoradas.

Aprendimos a rebujarnos en los colores de ardientes madrugadas llegadas del nacimiento de la vida y la esperanza.

Aprendimos que el sol y la luna se sirven del mar para poder acariciar con otras manos.

Y empezamos a poner sosiego a los latidos, a poner remite a nuestros besos, con los nombres de nuestras hijas y nuestras nietas. A multiplicar por cuatro, nuestros desvelos y nuestros sueños.

Siempre cogidos de la mano. Siempre acompasando le ritmo de nuestros corazones. Siempre con tu sonrisa ante la vida, con la proa de tu verdad a mar abierto, siempre buscando la ceñida al viento que te acercaba al cabo de la esperanza. Timonel y grumete del feliz galeón de mi existencia.

Seguramente, esta será mi última carta, pero deja que escriba un TE QUIERO con mayúsculas, para que se tiñan de rojo todas las hojas del calendario, para que el agua se haga música en las fuentes y se organice un baile de estatuas en cada plazoleta, para que una bandada de gaviotas te traiga desde el mar una guirnalda de espuma con tu nombre.

Podía darte en mano esta carta, pero he preferido ponerla en el buzón, para que se avergüencen las consignas de los políticos, para que pierdan dividendos las propagandas de los bancos, para que se achiquen los grandes almacenes.

No te digo adiós, compañera del alma. Te digo, hasta ahora.

Los besos nerviosos que pintábamos en nuestras cartas juveniles, con círculos y cruces de colores, van a ser realidad vibrante, tan pronto como ponga punto final con mi firma, a esta carta.

                                                                               Juan.

 Más amor en el blog de Cass












domingo, 9 de febrero de 2014

DIVAGACIONES ANTE UN DIBUJO DE GREGORIO PRIETO



En esta inusitada pero bienvenida exaltación al flamenco, promovida por mi última entrada y aún conmocionado por el tríptico poético del excelente poeta y buen amigo Pepe, en su blog Desgranando Momentos, me sumo a dicha exaltación con este poema que escribí en el año 2.012.




DIVAGACIONES ANTE UN DIBUJO DE GREGORIO PRIETO


La noche se desangra,
herida por un amanecer escarlata sin fisuras.


El “cantaor”, ebrio de grito estremecido,
recupera los pulsos
y poniendo orden en los rotos de su camisa,
sale a la calle pavimentada de fracasos,
en busca de esa “penúltima”
que acompasa el tic-tac de los relojes.


En el cuarto,
melismas armoniosos, como pájaros con alas de quejidos,
revolotean bajo una estrella solitaria y demiúrgica,
que pone freno a su brillo
para no aventar los sueños
de ese hombre cansado,
al que solo le queda el rescoldo caliente
de una guitarra sumisa.


Se fueron los señoritos,
arrastrados por una vorágine de “finos” y lunares.


La guitarra, madera y brisa,
lanza un ancla de silencio,
después de navegar por un mar de claridades.


La noche
descerraja los precintos del alba,
mientras un hombre sueña  con nuevos arpegios
que ayuden a rescatar los sentimientos.










 




lunes, 3 de febrero de 2014

EL VIEJO FOTÓGRAFO DE AL MINUTO




He encontrado esta fotografía de Manuel L. Castro y se me han desbocado los recuerdos.
He vuelto al temblor nervioso de mi niñez, cuando se acercaban en agosto la feria de mi pueblo.
He recordado a las mujeres enjalbegando con cal las rugosas paredes de las casa, las he vuelto a ver, removiendo las tierra de los arriates, dándoles vuelta a las usadas chaquetas para mostrar su cara menos ajada, en una pobre pantomima de estreno no permitido.
He sentido el temblor emocionado de volver a romper la pobre hucha de barro cocido y contar los míseros “patacones” y el solitario “real” que trabajosamente había conseguido ahorrar durante un largo año, con la vista puesta en esa mágica semana de agosto.
He recordado las voces de los turroneros,” ¡Vamos al turrón!”, apartando con su mano la persistente voracidad de las moscas, dispuestas a atacar a pesar de la red que tapaba el género.
He vuelto a ver los puestos de baratijas, joyas venidas a menos que apenas refulgían bajo la mortecina luz de un carburo, ofreciendo su brillo mate a las cautivadas novias y sus huidizos acompañantes.
Y las mesas de los camarones, con su salobre petición de vino para los mayores y gaseosa de boliche para los pequeños. Y las barras de hielo, el rascador y la colección de jarabes coloristas y dulzones. Los molinillos de papel, quietos en el sopor de la noche agosteñas, esperando que nuestras alocadas carreras en medio del bullicio, los pusieran en movimiento, las garrotas de caramelo, las trompetillas de sonido monocorde y estridente, las almendras garrapiñadas, los trozos de coco. Las barcas que con nuestro impulso solo podían surcar un trozo de noche con olor a aceite de churros y vinagre de berenjenas.
He recordado también los días anteriores, cuando en la siesta la cuadrilla se llegaba hasta el ferial apenas ocupado, para ver como el Circo Atlas, empezaba a tomar vida, gracias al sudoroso quehacer de hombres morenos y fornidos que seguro después, nos harían reír con su nariz pintada y sus enormes zapatones.
Y el fotógrafo “al minuto”. Ese que podéis ver en la fotografía. El verdadero artista que, sin photoshop ni complicadas técnicas, era capaz de hacernos ser el guardameta Zamora, el torero Manolete, un intrépido aviador montado en un Stuka requisado a la Luftwaffe, para redimirlo de la vergüenza y dedicarlo a los juegos y a la sonrisa. O un jinete apuesto, llevando a la grupa de un estático caballo, a la chica de sus sueños, que siempre terminaba por ser la propia hermana.
Y todo era capaz de hacerlo este hombre con la parsimonia necesaria de quien se sabe un artista. Con la habilidad y la maestría de saber que con la sola utilización de un simple trípode, una caja de madera y una sencilla multiplicación de lentes, era capaz de calmar las aventuras improbables, los sueños inocentes de aquellos niños que fuimos.
Dejadme que pose para ese fotógrafo de bata azul y mirada seguramente cansada, para que al menos por “un minuto”, vuelva a ser ese niño que ahora añoro.