domingo, 3 de julio de 2016

RETRATO EN SEPIA 3



PETRA “ LA MAZNAORA”

Casi seguro que superaba los 80 años. Su figura enlutada, ya necesitaba de los tenues apoyos de las sillas de enea y de la mesa camilla, única decoración de la reducida sala donde, prácticamente pasaba sus días.

Su cabeza, siempre enmarcada en el triste halo de un pañuelo negro, no dejaba de moverse, con  la misma asiduidad del movimiento nervioso de sus manos.

El Parkinson le daba como un continuo movimiento, poco acorde con la lentitud esperada de su edad.

Vivía sola. El único hijo vivo que le quedaba, estaba en la cárcel. Se lo llevaron a los pocos días de acabarse la guerra. Su delito, pertenecer a las juventudes socialistas. Como ella solía decir, “ solo por pensar diferente que los “otros”.

Se ganaba la vida como “maznaora”. Tendré que  explicar, en que consistía ese trabajo, ya que dudo que en la actualidad esté en el catalogo de oficios.

A pesar de las vicisitudes de esa época, en la que era prácticamente impensable que nadie sufriese molestias por hartazgos de comer, ella se ganaba la vida con una ocupación entre de masajista y santera, que al cabo en muchas ocasiones solucionaba problemas intestinales.

Unos masajes en el vientre, previamente ungido con una cruz de aceite, (escaso), una retahíla de oraciones, apenas musitadas, unas estampas, una palmatoria y la luz de unas mariposas en aceite y los hartazones de uvas en agraz, o de las algarrobas para los caballos, quedaban solucionados.

Necesitaba poco para vivir, pero lo poco que conseguía con su atípico trabajo, se gastaba invariablemente en paquetes que mandaba a la cárcel de turno, donde su hijo pagaba por pensar diferente

Para el envío de estos paquetes, la lectura de las cartas recibidas del hijo y las contestaciones pertinentes, utilizaba los servicios de un joven y amable vecino llamado Matías, ya que Petra no sabía ni leer ni escribir.

Recibía cartas o enviaba paquetes a las cárceles de Chichilla, Ocaña, San Miguel de los Reyes en Valencia y últimamente desde el Valle de los Caídos.

En las cartas que Matías leía, el hijo siempre relataba que estaba muy bien, que el trato que recibía de los carceleros era exquisito y que últimamente, por los trabajos realizados en Cuelgamuros, sus penas se estaba reduciendo paulatinamente y pronto podría estar con ella.

Petra “la maznahora” fue perdiendo vigor paulatinamente. Ya apenas se levantaba de la silla, y cada vez eran menos los clientes y no por comer debidamente, más bien porque las madres habían aprendido que con limón, un poco de agua y bicarbonato, se conseguían parecidos efectos y algo se ahorraban.

Como consecuencia, los envíos a la cárcel, se fueron espaciando dolorosamente.

Lo que Petra no sabía es que su vecino Matías, que tampoco nadaba en la abundancia, confeccionaba pequeños paquetes con elementales viandas, que enviaba con alguna asiduidad al hijo encarcelado.

Un frío día de invierno, Petra “la maznahora” murió. El día antes todavía había tenido la claridad suficiente para escuchar de boca se su vecino, la última carta recibida, donde comunicaba que en un plazo máximo de dos meses, conseguiría la ansiada libertad. Quizás por eso murió con una sonrisa bailándole por su ya definitiva quieta cabeza.

Pasado bastante tiempo de su muerte, conocí los pormenores de esta historia y quise saber del desenlace de la misma.

Alguien que ahora no recuerdo, me presentó a Matías.

Yo le alabe su gesto de mandar paquetes, a pesar de su precaria situación.

.- Bah, no tuvo ninguna importancia. Además, no fueron tantos. El hijo de la Petra, murió al poco de llegar a Cuelgamuros.

.- ¿Entonces?

.- Era yo el que escribía las cartas que la “maznahora” ansiaba recibir de su hijo.



Me he acordado de esta historia, porque una de mis nietas está un poco molesta con una mala digestión y sobre todo porque daría lo que fuera por tener un vecino como Matías.