domingo, 28 de septiembre de 2014

EL TÍLBURI DEL ABUELO



Foto del autor


En la amplia nave de la finca familiar que hacía las veces de garaje, junto a los viejos modelos de automóviles, con un desordenado batiburrillo de vejez y polvo, convivían coches antiguos, motocicletas, viejos tractores, cosechadoras, maquinaria diversa y toda clase de cachivaches camperos.

Aquel era el punto de reunión durante la siesta, de los tres nietos del dueño de aquel enorme cortijo andaluz.

Mientras sus padres veraneaban en Biarritz, San Sebastián o Santander, ellos campaban a sus anchas en la finca de los abuelos, bajo la cómoda vigilancia de la familia del mayoral de la ganadería, ya que la abuela no solía salir de su casa de Sevilla y el abuelo, a pesar de su edad, seguía preocupándose del negocio, sin saber de descansos, porque como él mismo decía, ni los toros, ni las cosechas, ni los bancos, ni las labores necesarias del campo, sabían de vacaciones.

Los tres nietos, jugaban dentro de la nave y cada uno se había hecho dueño de alguno de los enseres allí abandonados.

El mayor, Ignacio, haciendo valer la autoridad de su mayor edad, había elegido un enorme coche Hispano Suiza, al que había quitado la lona polvorienta que lo cubría, había limpiado de la mejor manera posible y cada tarde soñaba con viajes interminables y gestas automovilísticas en los mejores circuitos del mundo.

El segundo Pablo, tuvo que conformarse con una moto con side- car, medio desvencijada, pero que él supo domeñar, llegando incluso a ponerla en marcha, tras muchas tardes de dedicación y tímidas broncas de la guardesa, al verlo llegar sucio de grasa y polvo.


·                      *             *           *           *              *               *


Mucho tiempo después, a la sombra de la catedral de Sevilla, Sebastián recordaba aquellos veranos infantiles, donde todo era posible y nada se les podía denegar.

Con una sonrisa triste recordó, que ninguno de los tres hermanos, se interesó nunca por el tractor o la cosechadora: eso no era para ellos, eso significaba trabajo y para eso no habían sido educados.

La tenue sonrisa se le borró de la cara, cuando vino a su mente la muerte de su hermano Ignacio, en un accidente de automóvil, después de una larga noche de vino y juerga.

De Pablo solo sabía que tras vender alguna de las pocas pertenecías familiares que restaban (incluida la moto con side-car, ya una reliquia), había conseguido un pasaporte y había iniciado un viaje en barco, ignorando cual terminaría por ser su destino.

Todo se vino, estrepitosamente abajo. Desde que el abuelo faltó, nadie fue capaz de asumir la responsabilidad de mantener a la familia. Si los padres no sabían, es lógico pensar que tampoco podrían enseñarlo a sus hijos.

Él, el más pequeño, recordaba a la sombra de la catedral la vida pasada, mientras esperaba que algún turista lo reclamara para darle una vuelta por Sevilla en el viejo tílburi del abuelo.









domingo, 21 de septiembre de 2014

A MAR Y SURCO.




A MAR Y SURCO

Cuando el mar es tu vecino,
hay que estar atento a los naufragios,
hay que saber conjugar los vaticinios de los vientos
y descifrar el monocorde lenguaje de  las gaviotas.

Yo, que vengo de la parda y reseca historia
de una tierra parca de azules,
vibrante de cigarras insoladas,
una tierra que deshace sus terrones
a golpe de sudor y soledades,
tuve que acostumbrarme
a leer en el mar de cada día
una nueva lección de vida y de latidos.

Volver a encontrar palabras
para renombrar
el ambulante relato de las olas
Y acostumbrar mis ojos
a ese despertar de sueños
ahíto de nuevas claridades.

Este mar me enseñó,
(en su encerado de azules)
que lo  de los panes y los peces,
solo se consigue si uno se olvida
de que son posibles los milagros.

Me enseñó,
que no existen cerraduras,
para esa quietud lejana
que cada atardecer sedimenta,
en quien sabe delinear los horizontes      .

Entre el molino y el faro,
me quedo con la luz que nos arropa y nos dirige.
 Y con las piruetas del aire,
que hacen posible esa alegre rebeldía blanca
de aspas que molturan ilusiones.

Añoro sirenas en los “majuelos”
y pámpanos y racimos
en las crestas de las olas,

Dejadme que en esta noche de verano,
cuando los torsos y los sentimientos se desnudan,
le de las gracias a los exilios,
que hacen posible que las risas,
como enredaderas verdes,
den fe de vida
 aferrándosea los muros de los viejos caserones.




jueves, 18 de septiembre de 2014

CRÓNICA DE UN CORTE VIAJE.- ARCOS DE LA FRONTERA Y FINAL.


Fotos del autor.


El viaje se acaba y hay que cerrarlo a cal y encanto. Encanto de esos pueblos que ya de antemano enseñan su belleza con la sonoridad poética de sus nombres: Medina Sidonia, Grazalema, Zahara de los Atunes, Barbate (recomendación gastronómica: visitad en este pueblo el Restaurante “El Campero”, ningún otro atún os volverá a saber igual) y ese prodigio hecho blancura que es Arcos de la Frontera, situado en el centro geográfico de la provincia de Cádiz, separando el verdor de vides de los campos jerezanos y la serranía de Grazalema, donde se ubica, como un resplandeciente diamante blanco y cegador, sobre un anillo de rocas. A sus pies el rio Guadalete, duda entre seguir su curso o remansarse para observar la belleza del paisaje.

Uno se queda sin palabras ante tanta belleza y transitando sus empinadas calles que serpentean blancas en pos del azul del cielo, busca la voz de los poetas, mientras se conforma en guardar en instantes irrepetibles, las fotos que aviven el recuerdo.


J.M. Caballero Bonald dice:


                    El blanco
                    Concierne al aire libre, al vuelo
                    De las aves, al trazo inaugural
                    De la imaginación, al semen.


Alberti:


                    El blanco a lo más blanco desafía
                    Se asesinan de cal los carmesíes
                     Y el pelo rubio de la luz es  cano.



Y Carlos  Murciano, poeta nacido en Arcos:


                   <<…. Cerca fluye
                   El rio de la vida de este pueblo,
                   Como un cuchillo trágico de cal,
                   Mejor, como un silencio blanco y duro
                   En mitad de la sierra…>>

                  <<…. Todo tiene
                  La sencillez hermosa del milagro,
                  Bajo la luz total del mediodía. >>


Las  guías turísticas de la ciudad, anuncian en sus portadas: Arcos de la Frontera, entre la realidad y el sueño, y la verdad uno no sabe a carta quedarse.

Las sombras juegan a sacarle nuevas perspectivas a las flores, el blanco le pone contrapunto a la patina parda que la historia le ha puesto a sus piedras milenarias y en la Plaza del Cabildo uno se recuesta en un pretil de siglos, para cortar el ansia de hacerse águila y lanzarse al paisaje que se divisa a los pies.

     ************************************************************

Hay quien organiza sus viajes y los programa previamente sabiendo de antemano sus visitas, conociendo las rutas, releyendo guías, consultando buscadores, empapándose con meses de antelación de lo que va a conocer.

Yo prefiero toparme con la realidad, sentir primeras sensaciones, meterme en el agua de una vez, sin haberme mojado el pié para saber la temperatura.

Crucé Despeñaperros subido en un moderno ejemplar de una conocida marca automovilista, pero iba por esos senderos arrebatados a la naturaleza, con la virginidad primigenia de los viejos visitantes de otros siglos.

Nadie ha podido influir en mis sensaciones. Seguramente de aquella manera podría haber visitado mas cosas, aunque el tiempo era escaso, pero lo que he visto me ha llenado lo suficiente, como para estar deseando volver.

No sé si será posible, (el tiempo apremia y las articulaciones se resisten), pero al menos podré cerrar los ojos y me alegraré en las calles de estos pueblos gaditanos, me iluminaré con sus aguas y sus paredes encaladas, oleré el salobre azul de sus marismas, me sanaré el espíritu con el reconfortante vigor de sus vinos, me reiré con sus canciones que hieren pero no matan, y cuando la tristeza del cercano otoño, ponga tristes hojas  bajo mis pies cansados, echaré a volar el pensamiento para que me lleve hasta esa bahía gaditana, donde hasta los otoños tienen color de primavera.


             

               

            


lunes, 15 de septiembre de 2014

CRÓNICA DE UN CORTO VIAJE.- CÁDIZ



Fotos del autor.


... y así naciste, oh Cádiz,
blanca Afrodita en medio de las olas.
Levantadas las nieblas del Océano,
pudiste en sus espejos contemplarte
como las mas hermosa aparecida
entre la mar y el cielo de Occidente.
                                                                              (Alberti)

Así apareciste ante nosotros. Radiante, con una luz que arrancaba pequeñas estrellas a la tersura del agua.

Apareciste con esa sonrisa que se ha hecho eslogan, pero que es la realidad exacta de tu existencia. Te mostraste majestuosa, amplia y acogedora en esa Avenida Ana de Villas, que nos iba llevando, Avenida de Andalucía arriba a la Plaza de la Constitución, para después por un vericueto de calles y plazas con nombres sonoros (Plaza del Mentidero, Plaza de las Viudas, Plaza de las Tortugas, Plaza del Tío de la Tiza, etc.), nos va acercando a ese Cádiz del que dijo Peman, que era “novia del aire”.

Como un estallido de luz, el mar se hizo brisa y habitó entre nosotros. Y todas las gamas de azules de un pintor impresionista, se pusieron de acuerdo para dar la tonalidad debida a ese mar fenicio que nos invita.

La Caleta, pasión y copla, luz y sonido, arena, mar y sal, se nos muestra con toda su antigua pero conservada belleza.

Y cuidando que la gracia se mantenga, un quieto guardián, vela porque cada belleza quede en su sitio, mientras seguro que por lo bajo requiebra los cuerpos morenos que pasan a su lado.

Es Fernando Quiñones, escritor, poeta, flamencólogo, enamorado por siempre de Cádiz y de lo gaditano.

Ese hombre que un buen día, cuando ya sabía que la muerte le pisaba los talones, con la promesa de un regalo, trajo a su mujer a este mismo sitio y mirando al mar y a la ciudad, le dijo: “Te regalo Cádiz”.


Y cuando ya se hace imposible tanta luz, cuando los paisajes y las sensaciones,  van llenando la mochila de los sentimientos y los pies empiezan a quejarse de tanto paso bien dado, es la hora de buscar la sombra, recuperar fuerzas y remansar panoramas.

A escasos metros está el barrio de la Viña, antiguo barrio de pescadores, donde por un vericueto de calles estrechas, la gente trata de vivir, a veces sin conseguirlo, pero siempre acierta a la hora de ser alegre y darse a los demás.

Este barrio de la Viña, donde Paco Alba, el poeta carnavalero, el creador de la modalidad de comparsas, el novio de la Caleta, Paco Alba condensaba el sentir de Cádiz, en coplas llenas de ritmo y picardía.
Ese carnavalero que escribió:


Comprendo que es de maravilla 
tener la jaca engalezá
pero yo tengo una barquilla 
con una gracia en la quilla 
que pa que te vi a contar. 

Por eso Cádiz tiene un sello 
de noble fino y señorial 
y aquí se puso el non plus ultra 
que traducido resulta 
después de Cádiz ni hablar. 


En el frescor callado y silencioso del restaurante El Faro,  en el propio barrio de la Viña, después de unas gambas de la bahía, unas albondiguillas de marisco, unas cañaíllas y un pargo a la roteña sensacional, la sobremesa se hace narración y recuento de las emociones vividas.

Por la tarde, visita a las Murallas.

Las murallas de todos los Cádiz del mundo, que no se derriban con bombas de fanfarrones, se derriban con tirabuzones armoniosos de libertad e ilusiones.

Y mas calles y mas belleza, y ese notar como por la espalda te tocan en el hombro, te vuelves y es un golpe de brisa, que te enseña que el mar lo tienes al lado.

Los gaditanos tienen la gracia de los dioses. Para ellos es posible el milagro diario de andar sobre las aguas.

Unas compras necesarias, (el fresquito marinero cogió desprevenidas a las señoras), unos cuantos salazones que nos haran recordar con agrado esta visita, en las tardes de invierno, y un descanso en la Plaza de la Mina, donde los niños ríen y juegan, mientras las madres avizoran sus carreras, a la sombra de arboles milenarios.

Y a elegir sitio para la merienda cena: “Di que sí”, “Mamajuana”, “Bar Zapata”, “Mesón Cumbres Mayores”, etc.

Un pescaito frito y un poco de embutido y las fuerzas de nuevo prestas.

Pero la tarde  se acaba y los pies se quejan. Al volver a recoger el coche que nos devuelva a la tranquilidad de la Isla, el sol  se despide del mar hasta mañana.

Nosotros volveremos para llenarnos plenamente de ese mar, para gozar de su gracia.


Al despedirme, hasta mañana le doy las gracias a Cádiz, por habernos enseñado por vez primera, que la igualdad no son solo dos líneas paralelas que no llevan a ninguna parte. Es más esa columna que mira al cielo y que está sujeta por los inamovibles cimientos de la libertad.










                                                                      

sábado, 13 de septiembre de 2014

CRÓNICA DE UN CORTO VIAJE.- SAN FERNANDO



Fotografía del autor.


La mañana nació luminosa, con esa claridad rabiosa de un sol que no puede ser difuminado.

La autovía desgrana el monótono rosario de kilómetros, mientras nuestras miradas se turnan entre los girasoles que jalonan el paisaje de nuestra derecha y una barrera, de verde salpicado de adelfas blancas y rosas, que nos separan de los que vienen del sur.

De vez en cuando, en el centro de un enorme espacio reseco y acotado, ocupando la cima de una loma, un cortijo rodeado de verdor, se asemeja a un solitario engarzado en un redondel inhóspito y pedregoso.

Hemos decidido que el centro de este viaje, desde donde haríamos nuestras visitas, sería San Fernando. Todo nos cogía a mano desde este pueblo, ubicado en el corazón mismo de la Bahía de Cádiz, que parece le cuesta trabajo separarse de la capital y alarga su brazo para no soltarla.


Muy cerca de San Fernando, existe un islote llamado Sancti Petri, donde se dice que estuvo el templo de Hércules. Lo mas seguro es que este pueblo gaditano esté asentado en esa franja de tierra hecha  con sedimentos marinos, viejas ánforas, conchas y nácares, mármoles vetustos, trozos de dioses paganos, argamasado con viejas historias.

Pero también está hecho, con el amor de esa mar mansa y quieta de la bahía y ese  entrante frío  de mar atlántica, que parecen acunar a los habitantes de la antigua Isla de León.

Está hecho con la luz blanca de las salinas y con esos esteros de los que decía Alberti, que rezumaban azul de mar.

Está hecho con la tristeza de esos puestos de trabajo irremediablemente perdidos pero con la alegría innata de quién está  siempre dispuesto a creer en promesas.

Viven sus habitantes, rodeados de mar, pero sin perder el contacto con la tierra segura, gracias al Puente Zuazo, por donde  entramos con estrella de luz en los ojos y por donde volveremos a la tierra ancha cuando digamos adiós y gracias.

Ese puente por el que no pudo cruzar el invasor francés, pero por donde si pudo entrar para el resto de España, la primera constitución que hablaba de libertad y derechos.

El nombre del hotel elegido es como una premonición de estos días  se llama “Hotel Sal y Mar”. No se puede empezar mejor.

Cádiz nos llama. Está ahí. A tiro de sal y brisa. Deshacemos las maletas. Nos ponemos la ropa de los que esperan disfrutar y nos limpiamos los ojos de horizontes repetidos.

Ponemos proa a la blancura de un mar de historias y acompañados siempre de gaviotas que serpentean ilusiones, nos dirigimos donde la libertad dijo la primer palabra.

En el aire, Camarón de la Isla, un “cañaílla” (*) de pro, nos remueve los entresijos del sentimiento, “con la breve eternidad de sus cantes”. (Félix Grande, dijo).


La “solea”, rompe las barreras de los sentimientos, con toda su belleza:
                            “Un reloj es mi existencia
                              que camina noche  y día.
                               despacito en mis pesares
                               y ligero en mis alegrías”.


(*) Cañaílla, nombre que, cariñosamente, se les da a los habitantes de San Fernando.
                  














lunes, 8 de septiembre de 2014

DE VUELTA, PRESINTIENDO OTOÑO


Foto- montaje del autor



DE VUELTA, PRESINTIENDO OTOÑO

Regreso con la esperanza
de que un nuevo otoño vuelva,
señal de que hojas y golondrinas
se preparan a bailar su triste minué
en el oxidado templete
 de un parque lejano y olvidado.

El mar se despereza de azules,
olvidándose de brillos y castillos arruinados,
mientras se borran en la arena
dispersas historias de amor,
tan efímeras,
como perseidas en una noche nebulosa.

Las notas de Mozart se han hecho ceniza
Y los “blues” cuidan sus viejas articulaciones,
con un tratamiento intensivo de güisqui y vinilo.
Las noches empiezan a oler a mesa camilla
Y el pueblo dormita en un silencio oscuro.
Sin tener una estrella a la que poder agarrarse.

El reloj, con su machacona insistencia,
es el único que da fe
de la medida exacta del silencio.
Mientras, yo preparo las maletas
para este viaje de regreso a la poesía.

Para poder reencontrarme de nuevo
con esta avanzadilla de la vida
que me hace habitar en mundos nuevos
construidos de abrazos y palabras.




viernes, 5 de septiembre de 2014

!HOLA!, AMIGOS


Foto del autor.


Ha sido mucho tiempo, pero bien aprovechado.

Os cuento: tiempo para el descanso, para el disfrute de la familia, para la lectura, para remover papeles y poder solazarte con lo que escribías y que ya habías olvidado. Bueno, solazarte o sonreír con conmiseración, mientras perdonas la valentía de atreverte a dar a conocer algo con tan escaso valor.

Tiempo para la música. Tiempo para reencontrase con los olvidados: Lole y Manuel, Pasión Vega, los boleros de siempre cantados por Mayte Martin con el mágico acompañamiento del piano de Tete Montoliu, Nina Simone, Olga Guillot, siempre Ella Fitzgerald, Mozart, o aquellos que ahora no recuerdo , pero que el momento me sugerían.

Tiempo para solucionar problemas físicos puntuales y que había ido dejando. Como una operación de cataratas, recientemente hecha y de la que me recupero convenientemente.

Y tiempo para un pequeño viaje a ese sur que tanto añoro. Ha sido un viaje corto, añorado y casi repetido, tanto es así, que en próximas entradas os daré cumplida cuenta, con palabras ya escritas, pero que vuelvo a sentir dentro del corazón y no tengo ningún reparo en repetir.

Sirvan estas primeras letras para dar fe de existencia. Trataré de ponerme al corriente lo más rápidamente posible con vuestras entradas.


Me siento feliz, porque sé que cuando acaben estos días bochornosos de un verano que parece no querer irse, tengo la certeza de que todavía me quedará el rescoldo de  vuestro calor y vuestra amistad. Siempre se está mejor dentro de casa.