miércoles, 14 de septiembre de 2016

EVOCACION DEBIDA A JUAN ALCAIDE SANCHEZ



Ya sé que escribo con retraso, pero es lo que tienen las vacaciones, lo que nace como un borbotón, tiene que esperar por falta de medios para ver la luz.

Lo he pasado al ordenador tal como lo escribí el pasado julio. No quiero que la sinceridad de mi pluma, se pierda por afilados recovecos de seguros necesarios retoques.


Hay fechas en las que el escritor no puede evadirse de sus obligaciones, no tanto para con los demás, como para sí mismo. Y ese es mi caso en el día de hoy, 12 de julio.

Un día como hoy, hace 65 años, fallecía en Valdepeñas el hombre que tras de mis padres, fue determinante en lo que yo soy hoy como persona.

Me refiero a Juan Alcaide Sánchez, del que poco os he hablado, porque la vida manda y hay veces que hasta lo que se lleva dentro, lo que te marca termina por difuminarse.

Este poeta que no ha sido reconocido, debido a su propia modestia, ya que ocasiones tuvo para ese reconocimiento, debería estar en todas las antologías de la poesía española contemporánea.

Pues bien, este poeta, este maestro en todas las acepciones de la palabra, se fijó en mí (con 15 años), otros dos compañeros de curso y un estudiante de derecho, para crear la tertulia literaria “San Borce”, que apenas duró un año, al verse truncada por su muerte.

El propio poeta llamó a esta tertulia “elementalísima clase de sensibilidad” y que en realidad terminó por ser una clase semanal de vida, de poesía, de sentimientos.

Aquellos miércoles o jueves (¡ay! esta memoria), por la tarde que duran desde el final del verano del año 1.950, hasta su muerte en julio de 1.951, fueron para mí (y para mis compañeros) “una Enseñanza Media de la belleza”, un respirar aire puro, tras la irritante y oscura tristeza de una educación que coartaba, que ponía barreras y límites.

En esa tertulia se hablaba de poesía, de autores, de hechos cotidianos,  se leían nuestros incipientes trabajos, que eran expuestos a la crítica de los demás, siendo el maestro, quien dirigía, daba alas, cortaba vuelos, corregía sin ser ofensivo, ponía en el disparadero de la sensibilidad, a aquellos mozalbetes, que ante su presencia se sentían un poco más cerca de la belleza.

Desde el comienzo de la tertulia, cuando recitando a coro el pareado que ideó par nuestra confabulación con la poesía,  la vida y la tierra, que era:

                     “Por la pluma gota a gota,
                       Gota a gota por la bota”

hasta el momento más esperado, que era cuando el poeta nos leía sus últimas producciones, su correspondencia poética y hasta el final en el que nos prestaba algún libro de su voluminosa biblioteca, despidiéndonos siempre con una sonrisa, aunque el supiera que la muerte ya estaba acechándole, haciéndose audible en el ronco y negro rumor de su pecho.

Un jueves del mes de abril de ese aciago 1.951, al despedirnos nos dio a cada uno una pequeña cartulina, (que aún conservo), dentro de un sobre. En esa cartulina escrita en tinta roja, color sangre, en el anverso estaba escrito lo siguiente:

                       “Ahora  lo que se queda sin decir. La palabra
                         Octava, que Dios dijo… y no oyó nadie.
                         El llanto sin pañuelo.
                         El latido sin aire.
                        ¡Todo lo que se comerá después la tierra,
                         cuando dice a comer eternidades!

Juan 19.04.1951 y en el reverso una sola y triste palabra que ya entonces nos pareció como una despedida definitiva: “Adiós”.

Hubo más tertulias, aunque algún jueves nos llegaba el recado de que no habría reunión porque Juan estaba enfermo.

Hasta que un día de julio, mientras Nete, Mariano y yo jugábamos despreocupados en el patio de la bodega de un amigo común, Antoñito, el estudiante de derecho, nos vino a avisar: “Juan quiere veros”.

En la penumbra de su alcoba solo se oía el sordo rumor de la muerte, “minera de llanto”, que hacía su inexorable trabajo dentro de su pecho.

Nos cogió de la mano y nos beso uno a uno. Y no hubo más. Solo el sabor amargo de las lágrimas.

En un día como mañana, hace 65 años, aquellos cuatro amigos  volvimos a juntarnos, para coger con nuestras manos temblorosas, cuatro negras cintas que caían de su féretro.

Hoy con 80 años, sigo dándote las gracias Juan, maestro, poeta. Tú marcaste mi rumbo, ordenaste mis coordenadas y me enseñaste la singladura, rumbo a la bondad y la belleza.

Eso te debo. Me quedé con lo que soy, que seguro no es lo suficiente para tus expectativas, pero, al menos, he tratado de seguir tu rumbo.

Por eso hoy, con gratitud te recuerdo, amigo Juan, maestro Juan, poeta Juan.




4 comentarios:

  1. “elementalísima clase de sensibilidad”. Juan lo supo.

    Saludo enorme, hasta allá.

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  2. Evocación muy entrañable, Juan, a fe que lo es. Me ha recordado a los Inklings, cenáculo literario que vio la luz en Oxford tras la Primera Guerra Mundial.

    Saludos

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  3. Me he emocionado leyéndote. Puede estar orgulloso de ti, de tu homenaje y de que pasado el tiempo lo sigas recordando con un tan recuerdo vivo.
    Esta entrada dice tanto de ti como de él, no me ha desvelado nada que ya no supiera de la buena gente que eres.
    A tal maestro, tal discípulo.

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