Para Chelo de la Torre, de Pasatiempo,
que cada día nos enseña que la poesía es siempre
una leal compañera.
LA
NIÑA QUE SALUDABA EN EL ANDEN
Lanzando carcajadas de
humo, el tren pasa raudo por la solitaria estación de la tarde.
Una niña, con su
muñeca de trapo colgada de su mano, saluda a los calientes saludos que intuye
tras las ventanillas, mientras en el viejo reloj del andén, se suman las horas
con el luto negro de la carbonilla.
Algún día, la niña
sueña que será la que salude desde el vagón, aunque los andenes estén vacíos y
ya no necesite de muñecas.
Olvidará el ronco
ladrido de los perros, lista para serpentear con ese tren que le enseñe
desconocidos almanaques, y olvidarse de la diaria monotonía de horarios
repetidos y sueños abortados.
Su pensamiento, como
un pájaro viajero, espera curiosa el futuro de un billete sin retorno a nuevos
paisajes, palabras nuevas, relojes plenos de minutos azules y horas de
claridades.
Mientras llega ese
tiempo, se olvida de los horarios y los saludos y se prepara en los libros,
para ese futuro que le llama y le inquieta.
Alguna que otra vez,
suma sueños, resta días, divide
sentimientos y multiplica temblores, mientras en el cielo, los pájaros y las
nubes resuelven sus ecuaciones despejando amaneceres.
¡No es mala manera
soñar la vida mientras pasa, cogiendo de la mano a la poesía!
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