Aquél día, en la clase
de literatura la “school mistress”
habló de los microrrelatos.
Les dijo, que para
escribirlos había que partir de una buena y sólida idea.
Mirando al pupitre de la izquierda, se extasió con la belleza de los
ojos azules de Katherine, mientras sus deseos se enmarañaban en la locura de
sus tirabuzones rubios.
Continuó diciendo que
había que tener entretenido al lector haciéndole partícipe del relato.
Se enamoró de ella, desde que ambos se juntaron en las primeras
clases del “college”, aunque siempre le faltó la necesaria valentía, para
trasmitirle sus pensamientos y la ternura de sus deseos.
Otra particularidad
del “micro” consistía en tratar de
utilizar las menos palabras posibles.
De hoy no pasaba, a la salida de clase le haría participe de todos
sus sentimientos y de todo el caudal de su amor guardado.
Y como colofón-siguió
la profesora- ofrecerle el lector un final inesperado.
Lo tenía decidido, a partir de esta tarde, sería solo suya.
Lo pensaba mientras acariciaba con sus manos, el revolver que
llevaba en la mochila.
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