Con esto de los
achaques, cada vez tengo más tiempo parar leer y escuchar música.
Valga esta somera
introducción para justificar mi entrada de hoy, en donde se juntan ambas
actividades que en verdad son tan placenteras como enriquecedoras.
Entremos en detalles:
tengo a un autor al que no dejo de invitar cada verano ya que me asegura que
con su personaje Mario Conde y sus vivencias habaneras, me permiten llenar de
humor y buena literatura las tardes que pierden su bochorno con el aire fresco
del autor.
Mi invitado de todos
los años por estas fechas es el escritos
cubano Leonardo Padura.
Este año me he
enfrascado en un libro que escribió hace años y que ha vuelto a reescribir para
España con desconocidos aportes que le hacen parecer nuevo.
Se trata de “Los rostros de la salsa”, libro que aún
no ha terminado, y seguramente por mi condición de género, (no poder hacer dos
cosas a la vez), espero que me dure más que otro cualquiera.
Para que esto ocurra,
le doy las gracias a las nuevas tecnologías: dejo parado el libro electrónico y
me pongo los auriculares para escuchar, “in situ”, al músico del que habla el
autor.
Me entrego a la música
de Willie Colón, Jhony Pacheco, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Tito Puente, Bebo Valdes, la simpar Celia Cruz y muchos más que se
citan y son entrevistados en este libro que no es una novela, sino el trabajo
concienzudo y practico de un buen periodista.
La salsa nace en Cuba, se empapa de jazz en los suburbios latinos
estadounidenses, se cuece en las salas de baile y está lista para exportar al
mundo latino y europeo.
Tiene la salsa toda la autenticidad de lo que nace en el
barrio, de lo que el pueblo quiere y medita, del desarraigo y las penurias,
pero todo ello con ese tinte cubano que hace que el baile haga olvidar todo lo
que se sufre.
La salsa tuvo su época gloriosa, (para mí
ese tiempo perdura), pero ahora aquello que era brillante de sonoridades,
pintado de alegría y borracho de ritmo, ha degenerado en algo que no acabo de
entender, eso que en vez de bailar se llama “perrear”,
con letras inapropiadas y falta de estilo y con un baile para jóvenes salidos, olisqueando la
presa, dada la premura de sus necesidades eróticas.
Me quedo con la música
y las letras de aquellos que dieron vida, color y luminosidad a esta variedad
sonora que lleno de alegría y baile a toda la comunidad de la América latina.
No
es raro que el flamenco se hermanara con la salsa.
Ambas saben de los
mismos problemas, las mismas, carencias y tienen sabor a pueblo y esquina.
Y también saben decir
sus penas y alegrías con chufla o
bailando y es por ello que ambos sentimientos estaban condenados a encontrase.
Véase la muestra:
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