La tierra donde nací,
se ha desintegrado en
la nostalgia,
ha naufragado en los
recuerdos
y ha terminado
ahogándose
en un mar de
despedidas,
donde brilla una luna
de ausencias
y racimos de estrellas
destilan lágrimas de
sal y sentimientos.
Aquello que fue
un presagio de azules
y blancos,
al frescor de una
patio emparrado,
donde los cantos de
los sueños apenas se escuchaban
en los tristes días
grises de temor y desespero.
Había que tener la
calma de la espiga,
que no se estremece
con el viento,
para aguantar la
certeza
de que las horas y los
sueños eran
un quedarse sin voz y
sin latidos,
mientras el hastío
trepaba por las enredaderas.
Menos mal que al fondo
me esperaba
un renacer de brisas,
una erupción de azules,
la esperanza verde de
una vida nueva,
como un reencontrado
paraíso.
… y se hicieron
posibles los deseos,
y la vida se fue reinventando
a golpes de tareas y
de versos.
De nuevo nacieron las
sonrisas
y oreamos al sol
nuestra ganas de vida.
A la sombra alargada
de palmeras,
encontré la libertad
que perseguía.
Y fue un milagro
conjugado a cuatro voces.
Ahora la existencia
es,
una canción que
entiendo,
y cuando se van
quebrando los calendarios,
le doy gracias a la
vida
y a este mar que me
cuida y que me abraza.
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