Todas las mañanas, al buscar el lugar
de siempre, cercano a las espumas y al frescor de la arena mojada, aquella
mujer, cuando colocaba su toalla en la arena, no podía evitar mirar al
repartidor de hamacas, que en la sombra de su pequeña caseta, o bien leía o
bien escuchaba música, descansando de su trabajo de cada mañana.
A pesar de los años y su saludable
contacto con el mar, (o quizás por eso), aquel hombre se conservaba bastante
bien, aunque en sus canas y sus arrugas, se evidenciaba la inexorable caída de
las hojas de los almanaques.
La protagonista de mi historia, apenas
había podido intercambiar algunas palabras con aquél hombre, pero no podía
evitar el deseo de saber un poco más de él, de sus aficiones, su vida, sus
gustos y aunque evitara pensarlo, hasta había soñado con algo más, tendida en
la playa arropada por los deseos y la brisa.
De hecho, ella que tanto añoraba la
cercanía física del mar, había decidido alquilar cada día una sombrilla y una
hamaca, lo que le permitía y justificaba un acercamiento a aquel hombre que con
el paso de los días, había terminado por ser una obsesión.
Ello le permitió saber de sus
aficiones, de sus experiencias y de algunos pequeños retazos de su vida, lo que
fue motivo para que su mente idealizara, aún más, la imagen de aquel hombre
que, apenas conocía.
Y cada mañana, aquella mujer añoraba el
momento de su vista al mar, para poder estar en la compañía de aquél que le
había enseñado que los sueños no se pierden y que siempre es tiempo de volverse
a enamorar.
Pero hubo un día que a la playa, a
pesar del sol, del color azul del mar y del cielo, le faltaba algo.
El hombre de la hamacas, no estaba en
su sitio y la caseta estaba cerrada.
Durante un tiempo, tuvo que ahogar sus
penas prestandoles lágrimas saladas a las olas y contando al horizonte la
tristeza de una soñada pasión perdida.
Hasta que una mañana, vio salir del
agua, un joven, al que el sol le ponía brillo a las gotas en la tersura morena
de su cuerpo, que pasó por su lado y se dirigió a la caseta, que abrió sacando
una banqueta para secarse al sol, en el mismo sitio donde antes lo hacía el
hombre de sus sueños.
Sin poder reprimirse le preguntó por el
anterior hamaquero y entonces supo que le había traspasado el negocio, porque
por la edad no estaba muy bien de salud y ya no podía soportar el duro trabajo.
El joven, se puso a su disposición para
lo que necesitara y le dijo que le
gustaría poder tenerla como clienta de sus hamacas.
Los veranos pasaron, el mar seguía
reverberando de azules, la playa llamaba con señales de sol y brisa y con la
felicidad ondulante de sus olas.
La mujer de mi historia sigue
disfrutando de la playa y aunque no le sea posible el olvido, al menos ha
aprendido que la vida siempre da segundas oportunidades.
La vida renueva a los protagonistas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una historia muy original. Un beso
ResponderEliminarYa lo dijo Julio Iglesias: "La vida sigue igual" :-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Ella lo intentó pero con poca decisión, a veces somos demasiado cautos, hay que aprovechar las oportunidades, generalmente son varias en la vida. Abrazos
ResponderEliminarBueno, a lo mejor salió ganando. Pero la primera impresión es la que vale. O no, que también puede ser.
ResponderEliminarSaludos.
Me temo que a veces por callarnos lo que sentimos se pasa esa oportunidad y siempre quedará eso de y si hubiera o hubiese...
ResponderEliminarAbrazote utópico.-
Una historia muy bien contada, Juan. Seguramente esa mujer, romántica y soñadora, tuvo otra oportunidad. Los sueños ascienden al universo y tarde o temprano vuelven a nosotros para hacerse realidad.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo manchego, amigo.
Bueno, segundas oportunidades , con ése primer hombre de la hamaca no.
ResponderEliminarOtras, no lo sé, posiblemente sí, o éso queremos creer.
Besos.
Una mujer que sabe esperar, y que insiste en ser feliz, y fiel al mar.
ResponderEliminarMuy bonito texto, y la imagen, bueno, de estupendisima textura. Un abrazo
Los años pasan, pero el mar, la mar, sigue ahí.
ResponderEliminarUn abrazo.
El tren pasa una sola vez por la estación de la vida, si lo pierdes, habrá más estaciones, pero nunca como la que dejamos escapar.
ResponderEliminarA veces tienes que ser tú quien da el primer paso.
Un abrazo.
La lectura de tu relato me ha traído a la memoria a las tres generaciones de hamaqueros que he conocido en mi trocito de playa: El abuelo de mi juventud, que era boquerón, boquerón y además de las pocas hamacas que tenía, asaba sardinas en el chiringuito y doy fe que nadie las asaba como él, luego el hijo, que ya era mayor cuando lo sucedió y que bregaba con la chiquillería, entre las que estaban mis hijas, y ahora el hijo que está más viejo que el abuelo en su día y que briega con mis nietos.
ResponderEliminarEl mejor el abuelo, su simpatía no la heredaron los que lo sustituyeron, lo recuerdo con mucho cariño. Y pienso que era una persona de la que sería fácil enamorarse, llenando de realidad tu relato.
Te mando un beso, no desde la hamaca, porque no me gustan, soy más de toalla en la arena.
Hola Juan! Nos dejas una bonita historia, si he sabido leer bien, me lleva a pensar, que a pesar de tener una oportunidad de amor, prefirió seguir siendo fiel junto a su mar... ese mar que tanto amor le dió junto a su amor.
ResponderEliminarAbrazos cariñosos.
La vida siempre nos pone en nuestro camino segundas oportunidades, de nosotros depende si aproverlas o no, o simplemente seguir lamentado lo perdido o no conseguido. Me ha gustado mucho tu relato, deja una lección, Juan.
ResponderEliminarMil besitos para ti.
HOLA AMIGO ME GUSTÓ MUCHO TU BLOG, TE SIGO Y TE CUENTO QUE RECIÉN HE ABIERTO UN BLOG DE FRASES CÉLEBRES, ESPERO CONTAR CON TU PRESENCIA.
ResponderEliminarSALUDOS.
A rey muerto, rey puesto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Encantadora historia, y si, siempre hay segundas oportunidades.... Saludos amigo Juan.
ResponderEliminarMuy bonito cuento. Un retazo de vida, una ilusión que se renueva.
ResponderEliminarUn abrazo :)
Pienso que nunca se sabe. Las mallas que entretejen los destinos son una incognita. Quién puede saber si, fruto del deseo, los protagonistas hubieran iniciado una relación, ésta no hubiera sido una fuente de desasosiego.
ResponderEliminarA veces puede ser mejor, vivir algún deseo incumplido.
Una promesa joven puede ayudar a superar una pena de amor.
ResponderEliminarBesos, Juan
Siempre le quedará...el mar. De recuerdos tambien se vive.
ResponderEliminarMuy bonito a pesar del regustillo algo triste.
Me ha recordado (¡cómo no!) el precioso poema de Antoine Pol que cantó Brassens : "Les passantes", sobre la nostalgia que dejan las oportunidades desaprovechadas.
Un abrazo
Es que una buena conversación y un buen paisaje llenan mucho, cuando ha pasado el tiempo de las cerezas.
ResponderEliminarUn tiempo que no suele ser el mismo para todos. Saludos.
Mientras que el estuvo vivió con la ilusión de ese amor platónico que le hacia bajar a la playa con ilusión por verlo y charlar con él.
ResponderEliminarUn cálido abrazo