Fue
un doce de enero.
En
esa tierra, que añoro
una
flor de nombre Carmen
abrió
a la luz sus pétalos
y
el polen de su amor fue germinando
en
un puñado de latidos y de huesos.
Me
pusieron Juan y bautizado,
me llenaron de caricias y de besos.
Crecí,
jugué y fui aprendiendo
que
la risa y el llanto se cogen de la mano
y
que eso del pan de cada día,
no
lo soluciona un “padre nuestro”.
Tuve
que irme, como tantos,
con
una maleta llena de tristezas
y
un bello racimo de recuerdos.
Diseñé
un proyecto de existencia
y
trato de ser fiel, a él me atengo.
Descanso
y soy feliz
y siempre lo consigo
con
esas dos hijas que nacieron
de
este amor de el que escribo cada día
con
la alegre caligrafía del respeto.
Dos
nietas también.
Dos
milagros que me enseñan
que
la vida no acaba y se renueva
cuando
nacen primaveras con sus besos.
No trato de matar el tiempo,
que
es mejor que el tiempo nazca
arrullado
por la gracia de unos versos.
Si
el árbol
de
ser mejor no crece,
será
porque no lo riego.
Esta
es mi pequeña biografía.
Como
veis, nada importante.
Más
no me quejo.
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