martes, 4 de enero de 2022

CONTANDO ARRUGAS (AGRADECIMIENTOS)


 

Para Macondo, al que imagino sonriente y con retranca.

Con un alma de niño que le permite reescribir los cuentos de siempre para hacerlos más cercanos y con la humanidad necesaria para la realidad de la vida.

 

Cuando se jubiló de la Marina, decidió montar un restaurante en la playa, utilizando un viejo barco hábilmente remozado, que pronto fue atracción de turistas.

Ufano por la apertura de las limitaciones venidas de la pandemia, preparó minuciosamente los primeros festivos sin restricciones, en espera de deseados clientes.

Eran pocas las reservas y nadie se acercaba en el festivo y luminoso sábado playero.

Nervioso ordenó al pinche de cocina:

.- Súbete a la “cofa” y avisa si observas clientes por “ amura”.

El muchacho, valiente, decidido y acrobático estaba al minuto en el sitio que se le había ordenado.

Al poco de su observación sufrió un golpe en la cabeza por un “dron” mal dirigido, con tan mala fortuna que acabó con sus huesos en el centro exacto de la “línea de crujía”, aunque afortunadamente sin graves lesiones aparentes.

Un cliente solitario, a la sazón miembro de la Real Academia de la Lengua, a la vista del suceso, pensó que ya era necesario y perentorio aceptar para nuestro  diccionario, la costumbre argentina de llamar “carajo” a la poco consistente y peligrosa “cofa” de los barcos, de donde viene la manida y sonora expresión española de “mandar a alguien al carajo”.

El pinche de cocina podría presumir en el futuro de que gracias a su diligencia, aparecía en los libros sesudos e importantes.

Aunque el referido accidente podría dejarlo en los tomos del idioma, peligrosamente junto y cercano, a la entrada de una vieja y descorazonadora palabra en desuso: “cascajo”.

 


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