En este día 12 de
enero en el que cumplía 87 años y mientras miraba por la ventana, le dio por pensar que lo malo no era la vejez,
lo malo era el no haber hecho lo suficiente por alcanzar el azul del cielo, la
luz de una estrella, la otra cara de la luna, el poder domar las palabras, no
haber sabido edificar sobre el escombro de los sueños.
Aun sabiendo aquello
que había escrito el poeta Huidobro de que “todo
poema es un incendio”, el que miraba por la ventana, sabía que nada había
ardido a pesar de sus constantes luchas con el papel y la pluma.
Sus palabras, escritas
con ardor de sinfonías, estaban irrevocablemente unidas al silencio, sin
asegurar siquiera, una sola cosecha en la que no recolectara soledades.
Tal pareciera, como si
solo encontrara cobijo en la nostalgia, aunque cuando llegaba a ella, solo
declamaba una triste letanía de ausencias, un campo yermo de sonrisas, un dolor
de vivencias y recuerdos.
Es una triste agonía
de tiempo ido, de utopías rotas, de sombras y silencios, de aquello que soñado,
no pudo o no supo, hacerse realidad.
Mientras miraba por la
ventana, supo que su vida no daba para más que un par de renglones, en los que
no podía haber sitio para la esperanza.
A pesar de todo dejó
de pensar en sus años, abandonó la ventana y de nuevo se puso a buscar palabras
con las que poder construir la siempre repetida locura de un poema.
La luna salió a dar un
paseo, para alumbrar este nuevo y repetido deseo.
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