Aunque esta vida es un
torbellino,
me sigue quedando:
La tranquilidad
somnolienta del café de la mañana.
La decisión compartida
del menú de la semana.
El suave calor de los
besos de mis nietas.
El temblor de la nueva
palabra que encontré en los diccionarios.
La paz del atardecer,
tras las macetas de los balcones.
El regalo de saber que
la mar está cerca y me espera amorosa.
El perfume olvidado de
la lluvia entre los surcos.
Y sobre todo,
este amor sempiterno y
tranquilo
que sigue resistiendo a todos los
calendarios.
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