jueves, 20 de abril de 2023

JUBILADO


 

Aunque se sentía con fuerzas suficientes para seguir, no le quedó más remedio que aceptar las palabras del que en realidad mandaba,  (se resistía a llamarle CEO), en su holding de empresas.

En la Junta General Extraordinaria que presidió, acepto la renuncia y el nombramiento de uno de sus hijos como sucesor.

Y pasado un tiempo, empezó a notar que la tranquilidad era la tónica de su devenir en la vida.

Ya no presidía reuniones de trabajo, no necesitaba viajar en su avión privado a las rutas marcadas con una chincheta en el mapa de sus múltiples tiendas dispersas por el mundo.

Ni siquiera tenía que ocuparse de la fundación que le hicieron crear, con el argumento de que algo ahorraría en sus impuestos.

De pronto, comprobó, que no tenía nada que hacer.

Había estado tan ocupado, que olvidó aquellas cosas que antes le hacían feliz.

A pesar de que el teléfono había dejado de sonar, a pesar de que el “planing” de su secretaria estaba en blanco y todas las horas le pertenecían, ahora no sabía cómo llenar el tiempo que se le escapaba entre los dedos.

Antes suspiraba por unas horas para dedicárselas a sus nietos y ahora que tenía todo el tiempo del mundo, sus nietos estaban ocupados en otros importantes y provechosos menesteres.

En su pueblo, era reconocido por su altruismo y generosidad, pero apenas tuvo tiempo para asistir a los homenajes que en su honor le habían programado y ahora que podía, sus músculos le negaban el placer de la visita.

Menos mal que cada lunes, acompañado de su chofer, visitaba un “mercadillo”, igual a aquel donde empezó todo y donde era capaz de recordar que la felicidad no necesita de grandes alharacas y además, casi nunca cotizaba al alza en las bolsas.



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