Todo podía haber sido
de otra manera.
Podía haber nacido,
cuando la libertad no era un sueño irrealizable.
Cuando las
vicisitudes, los odios y los bandos, coloreados de azul y rojo, habían dejado
de existir.
Reniego de la infancia
perdida, entre miedos terrenos y celestiales, con los que algunos trataban de
pastorearnos.
Podía no haber nacido,
en una época en la que se gastaba más en monumentos funerarios que en escuelas.
En el que las cunetas
hubiesen servido, solo para transitar y en sus cercanías, la vida se
embelleciera con flores de cardenchas, margaritas y amapolas.
Haber llegado al
mundo, cuando el bicarbonato no era necesario, ni para solucionar un hartazón
de uvas en agraz, ni para un necesario lavado de dentadura.
Si me comparo con mis
nietas, compruebo que el viaje más largo lo hice a los 15 años, en un autobús a
Toledo.
Me quejo de que
pasaron 18 años de mi vida, sin conocer el maravilloso y benéfico regalo de
este mar, sin el que ahora no podría vivir.
Quisiera haber nacido,
cuando las bibliotecas no estaban expoliadas y en sus anaqueles se notaba la
falta de libros necesarios que aclararan nuestras dudas.
Quisiera haber nacido,
cuando la mujer es cada vez más dueña de su vida y sabiendo labrarse sola su
destino, sin ninguna injerencia del sexo opuesto.
Nací cuando, ante la
alegría, siempre había un cartel en el que rezaba “prohibido el paso” y el color de moda era el gris marengo tirando a negro.
Reniego de aquel
zangolotino que fui, imbuido por las enseñanzas, retrógradas e imperiales, de
una educación que solo pretendía hacer borregos seguidores y seres adocenados.
Es triste haber nacido
cuando, mientras el pan y el arroz se
racionaban, un beso de cine era “altamente
peligroso”, el “Auxilio Social” te daba de comer si pasabas por el aro y
puestos “cara al sol” no eras dueño
ni de tu sombra. Mientras todo esto pasaba, digo, se escribía una historia
apócrifa que, desgraciadamente, aún perdura y hay quien quiere reeditarla.
Todo esto reprocho, y
algo más que se queda en el tintero, aunque bien sé y me consta, que la vida
que vivimos, no admite departamento de quejas.
Todo lo que he
aprendido durante tantos años, incide en lo que, a pesar de todo, es
verdaderamente importante y transcendente: seguir viviendo y tratar de corregir
aquello que no nos gusta.
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