jueves, 2 de marzo de 2023

ÁRBOL GENEALÓGICO


En esta otra noche, en el que el sueño ha vuelto a ausentarse sin mediar explicaciones, me ha dado en pensar en los abuelos que no conocí.

¡Otra vez el pasado y este manifiesto de ausencias que inclemente me acosa!

Antes, cuando casi todo era el vacío y las estrellas apenas refulgían, mi abuelo paterno amanecía con el surco, desbrozando hierbas, agavillando sarmientos, destripando terrones como si fuesen irrealizables sueños.

Solo acompañado por el silencio, el sudor y la mirada perdida y esa terrible seguridad de saber, que seguirá con la desagradable humillación de una existencia baldía y de intuir qué por siempre, tendrá que soportar en sus espaldas, la fatiga y la vergüenza de no aportar lo necesario, para que al menos los sábados se llenaran de pan y risas, a la sombra fresca de la parra.

¡Otro mártir, clavado en el marrón horizonte de la llanura!

Mientras, mi abuela repartía mendrugos adobados con lágrimas, rezaba interminables rosarios, se quemaba las manos con el jabón hecho con sosa caustica y ceniza, pero eso sí, nunca se atrevió a pedir explicaciones a ese dios con el que tanto platicaba y nunca respondía.

 

MI abuelo materno, era carretero. Y mi abuela, al igual que luego mi madre y mis tres tías se dedicaron a servir en casa ajena. El único hijo, desde que dejo la niñez, tuvo bastante con ayudar a su padre en las cansadas labores de la carretería.

A una de las hermanas de mi madre, no llegué a conocerla y siempre me ha extrañado que nadie me hablara de ella.

Un silencio, pesado y gris, como entonces era la vida, daba vueltas al extraño universo de la mesa camilla y apenas susurros eran las conversaciones de las largas tardes de tedio, en las que a veces las miradas decían más que lo que ocultaban las palabras.

Después supe que no pudo resistir que un amor incipiente, que además eligió mal el bando de las ideas, duró solo lo que tarda un chivatazo, en ser un proyecto cercenado por el odio y la muerte.

Esa muerte en la que también ella, encontró la solución.

Un reseco árbol, sin apenas raíces y con ramas retorcidas e implorantes, al que le faltan el verdor esperanzado de las hojas

 

Como veréis, pocos himnos, blasones y victorias, pero eso es la vida y así hay que afrontarla, salir de la oscuridad en busca de la luz y cuando no se encuentra, chocar piedras, encender hojarasca, buscar reflejos de amaneceres, acunarse en el amor que todo lo aclara, escuchar las luminosas palabras de los poetas, hacer que la música nos ilumine y saber que hasta las aves carroñeras tienen alas.

No conocí a mis abuelos y ni siquiera tengo el recuerdo de alguna rayada y sepia fotografía que me los enseñe estáticos, sentada ellas con velo en una silla moldeada, y envarados ellos, de pie mientras se apoyan en el respaldo de la silla.

No puedo presumir de pedigrí, y mi currículo es mas bien escaso, pero no me quejo, que vivir nunca suele ser fácil.

 

El sueño no llega.

Salgo a comprobar si siguen dando luces las estrellas.

 

La oscuridad se ceba con la noche y los recuerdos, aunque espero una feliz amanecida.

Pasadas unas horas, nos llegan las sonrisas necesarias para que la claridad se encienda.

Mis nietas, que andan por esos mundos, felices y ocupadas, nos hacen el esperado y seguro Face Time, de todas las semanas.

 

 

 

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