Por estas fechas, en años
pasados me despedía de vosotros, ya que no podía desoír la refrescante y
siempre seductora llamada del mar.
Eso se acabó. Siento que ya
no puedo disfrutar la mar, recibir su abrazo, rebozarme de arena y brisa,
sentir el milagro natural de su ternura.
Empecé a amar la mar, (que cerca mar y amar), cuando
ya mayor, la conocí por vez primera.
Ya antes la había soñado. Lo
más cerca que estuve de ella fue, cuando con trece años y por encargo del poeta
Juan Alcaide, cuya madre era sevillana, visitando Sevilla, con un viaje del
Instituto, lancé un barco de papel al
rio Guadalquivir con la esperanza de que llegara hasta Sanlúcar
Después un tranquilo
Mediterráneo, en Santa Pola, me deslumbró.
Yo que venía del marrón
terroso del surco y el morado espinoso de la cardencha, no me supe desprender
de su querencia y como las olas que parecen que se pierden en la arena al
llegar, siempre estuve dispuesto al regreso.
Junto al mar he respirado
eternidad y me he sentido des-olado, ante la quietud inerte del agua cicatera
de espumas.
Naufrago de años y de vida,
el mar ya no me ofrece su cobijo, o mejor dicho, ya no me atrevo al juego de
sus olas, al flotar de su densidad salada, a la posible caricia traicionera, de
lo que siempre fue un amoroso y maternal vaivén.
Ya que no puedo disfrutar
del sabor salado del mar, que siempre es curativo, me conformaré de la sal
discreta que habita en una lágrima.
Me quedo con las ganas de
llegar a esa línea inaccesible donde el sol, y las aguas se besan.
Y me queda la nostalgia azul
de un mar, que lentamente y con dificultad, se va llenando de velas blancas de
recuerdos.
Sé que esta falta de mar y
esta sobra de años, harán que escaseen mis versos. A pesar de querer ser poeta,
no me llevo bien con la tristeza.
Solo un ruego.
A los que podéis sentir su
caricia, a los que seguís jugando con el mar, como cuando niños, a los que os
atrevéis a bajar a sus entrañas, a los que disfrutáis de la playa, a los que
conjugáis mar y luna, a los que termináis por necesitar el sonido del mar, para
dormir, para soñar, para besar y para amarse, a todos los que aman la mar, como
yo la amo, un ruego:
Decidle que sueño con ella,
con recibir su caricia, con saber de sus arcanos, con adentrarme en sus
historias.
Y consciente de mis añosas
limitaciones, solo me queda el saberla y olerla cerca, el disfrutar de su
semanal presencia y sobre todo el poder darle las gracias por todos sus
regalos, a pesar de este duro exilio a la que la edad me obliga.