Llegamos a un grado de
entendimiento bastante aceptable, para la rara personalidad del pintor, tanto,
que incluso invitó a mi padre, para que posase para él en Madrid, con el fin de
regalarle el retrato. (Por cierto, mi padre, y a pesar de mí insistente
machaconería, nunca llego a presentarse en su estudio).
Yo si estuve en el
piso 16 del Palacio de la Prensa, de la Plaza del Callao de Madrid. En el
estudio tenía un admirable retrato de su progenitor, y al hablarle de su
belleza pictórica, me volvió a recordar la promesa hecha a mi padre.
Retrato del padre del artista.
El estudio del pintor,
era una auténtica “leonera”, con los frascos, tarros, tierras, pinceles,
paletas, garrafas y utensilios más raros que jamás había visto. Todo ello bien
provisto de polvo y suciedad, como si las escobas estuviesen prohibidas.
Mesa de estudio.- Cuadro del artista.
Me contaba el pintor,
que se pasaba días enteros sin salir del estudio, o bien porque empeñado en un
cuadro el tiempo no existía para él, y otras veces por las restricciones
eléctricas que paraban los ascensores y le sometían a una quietud no querida.
En esa reunión fue
cuando me aseguró que mandaría dos cuadros para la Exposición de 1.962.
Que los mandaría a mi
domicilio y que yo me haría cargo de ellos y los haría llegar a la organización
y después si no eran premiados yo los recogería, para enviárselos.
Y así lo hizo, mandó
dos cuadros, “Peces de fondo” y un bodegón con esa técnica muy particular del
pintor plena de transparencias, que en aquellas fechas parecía que pintaba con
humo.
Peces de fondo.- Pancho Cossío
Pero esos cuadros no
tenían el suficiente empaque como para luchar con la obra enviada por Barjola,
Demetrio Salgado, Guijarro o Gª Ochoa y naturalmente se quedó sin premio.
Yo daba por descontado
que la andadura del pintor por nuestra exposición, había terminado, máxime
cuando en la siguiente conversación que tuvimos, creo que epistolar, aunque no
puedo asegurarlo, sacaba a relucir su genio y admitía esa, para él, falta de
consideración. Le hice ver que si quería ganar el primer premio, tendría que
mandar una obra que no pudiera tener competencia y que él podría hacerlo.
Y vaya si lo hizo,
mandó el Bodegón de los Vasos, con el que consiguió la Pámpana de Oro y otro
cuadro con parecida técnica que el premiado, que para mí tiene una cierta
historia.
Naturalmente, el
cuadro premiado quedo en poder del Ayuntamiento de Valdepeñas y el bodegón lo
recogí yo a la espera de que el pintor me dijera si lo mandaba a su estudio de
Madrid, o a la casa de Alicante donde vivía con mi paisana y el luchador.
Estuvo en mí poder
dicho cuadro cerca de un año y sinceramente creía que su no recogida, era una
forma elegante de pagar el ofrecimiento hecho a mi padre y de alguna manera su
reconocimiento hacia mí.
En ese “impasse” de
tiempo y ya con 70 años, fue propuesto para ocupar una vacante en la Academia
de Bellas Artes. Fue derrotado y en los cenáculos artísticos se habló de la no
concesión, fue debida a una supuesta vida privada irregular.
Hasta que un buen día,
el luchador y su esposa, se presentaron
en mi casa transmitiéndome el encargo
del pintor de recoger ese cuadro. Sin ninguna carta, sin ninguna nota, sin
ninguna llamada anterior del pintor. Pensé y acordándome de un refrán que habla
de cómo las carretas suelen ser vencidas en fuerza, opte por entregarles el
cuadro sin más explicaciones.
A cambio me trajeron
una lámina de un “guache” con un tema parecido al Peces de Fondo, eso sí,
bellamente enmarcado por Macarrón.
Lámina
Después me enteré de
su muerte y de que en su testamento dejaba herederas por partes iguales a sus
dos hermanas y a su ahijada Herminia, hija del luchador de lucha libre Joaquín
Saludes y su esposa la valdepeñera, Isabel Cobo.
Los bienes eran tan
escasos, debido a las deudas contraídas por el pintor que obligaron a sus
hermanas repudiar la herencia.
Perdonar el exceso. Me
pareció interesante contaros esta realidad vivida, de la que se pueden sacar
algunas conclusiones.