Los versos, cada vez
se hacían más difíciles al viejo poeta.
Un día que su nieto
comprobó que ya no nacían espontáneos con la misma asiduidad de siempre y
tratando de animarme a seguir “escondiéndome
en las palabras, como la luna se esconde entre las nubes”, me conminó a la publicación de un
poemario, con todos aquellos versos que había publicado.
Debió
a cogerme en la hora tonta y le prometí que haría un expurgue de todo lo
escrito y cuando acabara veríamos de la posibilidad de la publicación.
Me
puse a ello buscando “palabras con sombra
y luz, libertad y presagio, palabras capaces de dar vida a los sueños”.
Tratando
de olvidar que sigue habiendo manos “teñidas
por el negro destino del dominio y el luto”.
Olvidando
lo que nos pasa, mientras “reniego del
puñal de escalofríos, que busca el meollo de los huesos, de labios que se
niegan a los besos y de vientos que ensucian el rocío.
Yo
que era de los que “heredamos el mandato
de los sueños”, de los que “supimos
olvidar todas las afrentas, de los que usamos la palabra, solo para contar
certezas”.
Yo,
“que me trasiego en vino, para que
podamos bebernos sorbo a sorbo”
Yo
que “me esforcé buscando claridades y me
perdí en la rosa de los vientos” mientras “pretendía fabricar un mundo de verdades, donde solo cotizara la
poesía”.
Yo, “que siempre busqué la amistad en la palabra” no entiendo “esta resaca de improperios”, “esta asonancia estruendosa de gritos”.
“Por
eso no entiendo las que nacen con filo de puñales, como
ladridos de perros rabiosos, no entiendo a los que sortean verdades y edifican
discursos con cimientos de mentiras.
No entiendo este
desasosiego de palabras, yo “que me
aferro a ella, la mezclo con mi sangre para que salga a borbotones al sentirme
herido de poesía”.
Pero cada día me
cuesta más trabajo “construir casas con
palabras, en las que no entra el frío ni la usura, y me invento canciones para
que la gente se abrace entre estribillos”.
Y
por si esto fuera poco, un malnacido
“maestro de cenizas y ataúdes, asesino de azules y eficaz con la hoz, de
espigas y de vidas, decidió que las noches fueran sombrías, los latidos
desolados y los llantos como truenos de tormenta”.
A
pesar de tratar de ser “la
llama que grita ante tanta ceniza y tanta flor decapitada, sigo siendo el que
recuenta niños, huyendo como hormigas asustadas”.
Es
triste decirlo, pero mis pobres versos, patéticos y sin brillo, no han servido
para nada,
“he perdido mi apuesta con los pájaros”, “ahora que estoy en un triste tiempo
de cenizas”, “no me sale a cuenta lo vivido, si repaso a ley mi biografía, eran
muchas las cosas que quería: crear, vivir, cambiar… y no he sabido”.
No merece la pena publicar mis versos. Mejor un libro de auto-ayuda.