Mi entrada de hoy, la
habéis dictado alguno de vosotros.
Os he leído en vuestra
colaboración de los jueves de esta pasada semana y vuestros comentarios a mi
poema titulado “Mis días”, y ambas lecturas me han dado la pauta para lo que
quiero escribir.
La mayoría de
vosotros, habéis detectado en el poema y así me lo habéis hecho saber, una
cierta nostalgia, tristeza, depresión o desaliento.
Lo cual me ha hecho
pensar y mirar con los ojos hacia adentro, el porqué de esa sensación que se
trasmite en algunos de mis poemas.
Podría escudarme en
esa “retórica poética” que indica la
amiga Tracy en su comentario, pero asomándome al interior, veo que son
sentimientos reales que pugnan por salir y que seguramente encuentran su cauce
necesario en el poema.
Y llego a la
conclusión de que es triste comprobar cómo, mientras la mente sigue despierta,
el cuerpo se refocila en un desesperante sopor, que niega toda posibilidad de
revivir aquello que era natural y necesario.
Y es humano y lógico
este desasosiego, son ya casi 82 largos años, en los que en verdad, me olvide
de entrenar el cuerpo, (no eran tiempo de gimnasios ni personal trainers),
atareado como estaba, en la diaria lucha de subsistir.
Si a eso le sumo, que
viví deprisa, que nunca me gustó pisar el freno, que tuve que pelear mucho,
para poder afrontar dignamente mi vida y la de los míos, que siempre anduve
buscando gigantes donde solo había molinos, entenderéis que lo que siempre fue
relámpago, ahora no llega siquiera a frágil resplandor.
Cuando cada día sufro
con algo tan poco poético, como es el poder ponerme los calcetines, cuando me
impongo cada día el ir a hacer la compra y así poder mover las piernas y tengo
que procurar que la bolsa que trasiego pese lo menos posible, para evitar los
dolores de la espalda, cuando ya he desistido del coche porque soy consciente
de mi falta de reflejos, cuando me obligo, nos obligamos, a salir a dar un
paseo y volvemos derrengados, cuando ya no pensamos en el siguiente viaje
porque nos da miedo, cuando el ibuprofeno es mi habitual compañero, cuando la
certeza del dolor te rompe la cintura, cuando todo esto pasa, por muchas difíciles
y bellas metáforas que te nazcan, la tristeza no tiene más remedio que dejar su
poso.
Y lo peor de todo:
cuando se acaba de heñir con cuidado la masa del verso y solo falta, esa
palabra, conocida, redonda, casi definitiva que guardabas con mimo en la jaula
de las palabras necesarias, la puta edad le ha abierto la puerta y se vine
abajo todo el cuidado tinglado del poema.
Pero no temáis,
vosotros, los pocos amigos que me vais quedando sois mi apoyatura.
Javier Rodríguez Albuquerque no solo me enseña
cada lunes algo nuevo que suelo desconocer, sino que además me permite
acompañarle a un viaje colorista y humano a Grecia y Perú. Gracias por la
invitación.
María Perlada, me
enseña, con palabras para algunos desconocidas y no bien entendidas, que el
amor y el deseo, no tiene edad.
Rafa Hernández, un
novísimo, me ha permitido acompañarle a un viaje relámpago pero bien
aprovechado a EEUU.
Valaf, recordándome
siempre, algo que no necesita recordatorio: el amor a la esposa, (llevo 56 años
ejercitándolo), y el amor a esta tierra donde vivo.
Neogéminis, artista de
la palabra y de la fotografía que cada año viene a recordarnos, que a pesar de
los olvidos y las distancias, todos los años nos reunimos en el abrazo
ecuménico que ella permite. Otra vez, gracias.
Tracy, la que siempre
está ahí olfateando estados de ánimo y sensaciones. La que siempre sabe
sonreír, aunque vengan maldadas, la que nos lleva de la mano, para enseñarnos
todo aquello interesante que encuentra a su paso, la vitalista empedernida, la
que sabe sacarle todo el partido a la vida y su solo propósito es hacer amigos.
Ester, la que también
se pone delante de la vida y sus problemas, dando saltiblincos de alegría.
Veterana también en este difícil ejercicio de enseñar y sonreír.
Y Emilio Manuel, al
que tengo como un viejo luchador que no acaba de abandonar las trincheras. El que,
con sus escritos, nos enseña, con veterana clarividencia, a desmenuzar la condición
humana y la hipocresía de la política.
Ya quisiera yo, tener
su empuje, como para pasear por los senderos de su Granada, rendir pleitesía a
los desconocidos paisajes y las gentes de esa bella tierra.
Termino que esto se
hace largo y no quiero empezar a “chochear”. No os preocupéis por mí, mientras
pueda seguiré con vosotros.
Solo un ruego:
quedaros solo con los 7 últimos versos del poema “Mi Voz” y si alguna vez la
nostalgia y la tristeza asoman, perdonar a este pobre “juntador de palabras”.