Compañera
del alma:
Creo recordar que hace más de sesenta años que
no te escribo una carta. Unos deberes
para la patria, que nunca entendí, fueron los motivos de una larga separación
de dos años, que traté de llenar con incendiarias y temblorosas palabras,
escritas en largos y suplicantes envíos,
ansiosos de tus rápidas contestaciones.
Ha
pasado mucho tiempo y no hubo necesidad de más palabras escritas. Solo algún
poema, cuando la musa de siempre, se calzaba tus zapatos y con pisadas de luces
paseaba por mi verso.
Observarás
en mi encabezamiento, que han desaparecido los fogosos y egoístas adjetivos que
en mis ardientes misivas, acompañaban a tu nombre.
Entonces
todo era deseo y posesión, presente insatisfecho y palabras bañadas de miel que
escondían noches preñadas de sudores y madrugadas con el mal sabor de boca de
lo ni siquiera iniciado.
Ahora
hay más sosiego en mis palabras. A los circuitos de las ansias, la edad le ha
puesto inmisericordes relés, que modifican las sensaciones y acompasan los
tiempos y eres ahora mas yo, mas cuerpo mío.
Por
eso solo después de tu nombre pongo “del alma”. Alma que no sé si existe,
pero que doy por hecho, que de existir,
la mía la has modelado tú.
No
en vano, con el paso de los años, has sabido diseñar la cabal arquitectura de
todos mis sentidos.
Y
es que, aunque la piel ya lleve escritas mil caricias, aunque los latidos suenen
con otra música de entrega más calmada, pero más plena de certidumbres, aunque
los besos terminen por ser solo oraciones a ese dios del amor que representas,
aunque nuestros corazones hayan recorrido largas distancias, sabiendo siempre
curar las rozaduras de los aprietos de la vida, aunque las rosas rojas de los
14 de Febrero, hayan terminado por secarse, aunque hayan palidecido los almanaques,
aunque ocurra todo eso, todavía hay una plenitud de escalofríos, cuando digo tu
nombre y lo acaricio.
Hubo
un tiempo en el que recitaba las letras que te nombran, mientras contaba
estrellas en el cielo. Hasta que comprendí que costaba menos tiempo llegar
hasta tus labios, alumbrándome con las luces de tus ojos.
Llegamos
juntos desde tierra dentro al mar, este mar que nos acuna y que todo lo sabe y
fue a vuestro lado cuando aprendí de sortilegios.
Aprendimos
a mirar juntos esa línea del horizonte que nos separa de otros mares y otras
vidas que seguro merecen ser vividas y añoradas.
Aprendimos
a rebujarnos en los colores de ardientes madrugadas llegadas del nacimiento de
la vida y la esperanza.
Aprendimos
que el sol y la luna se sirven del mar para poder acariciar con otras manos.
Y
empezamos a poner sosiego a los latidos, a poner remite a nuestros besos, con
los nombres de nuestras hijas y nuestras nietas. A multiplicar por cuatro,
nuestros desvelos y nuestros sueños.
Siempre
cogidos de la mano. Siempre acompasando le ritmo de nuestros corazones. Siempre
con tu sonrisa ante la vida, con la proa de tu verdad a mar abierto, siempre
buscando la ceñida al viento que te acercaba al cabo de la esperanza. Timonel y
grumete del feliz galeón de mi existencia.
Seguramente,
esta será mi última carta, pero deja que escriba un TE QUIERO con mayúsculas,
para que se tiñan de rojo todas las hojas del calendario, para que el agua se
haga música en las fuentes y se organice un baile de estatuas en cada
plazoleta, para que una bandada de gaviotas te traiga desde el mar una
guirnalda de espuma con tu nombre.
Podía
darte en mano esta carta, pero he preferido ponerla en el buzón, para que se
avergüencen las consignas de los políticos, para que pierdan dividendos las
propagandas de los bancos, para que se achiquen los grandes almacenes.
No
te digo adiós, compañera del alma. Te digo, hasta ahora.
Los
besos nerviosos que pintábamos en nuestras cartas juveniles, con círculos y
cruces de colores, van a ser realidad vibrante, tan pronto como ponga punto
final con mi firma, a esta carta.
Juan.