Como me temo que ya no se azogan los espejos, tendré que acordarme de comprara uno nuevo para el lavabo.
Llevo un tiempo viendo en el mío unas variadas rayas y raspaduras que afean mi rostro y una cierta mancha de color ceniza que termina por cambiar el color de mi pelo.
Se difumina tanto la imagen que el cristal me devuelve, que apenas me reconozco.
A pesar de que el espejo no es muy antiguo y que su aspecto no incomoda a los demás, es un gasto que no tendré más remedio que hacer.
Es que todo ha cambiado. ¡Ya no se fabrican espejos como los de antes, como los de mi juventud, que devolvían una imagen tersa y fresca, que no había vaho ni rotura que pudiera ocultar!