lunes, 20 de febrero de 2017

POR UNAS TRÉBEDES Y UN PEROL




La Hilaria no sabe de números. Sabe- y mucho- de coger yeros, varear aceituna, vendimiar, rebuscar, segar, limpiar apriscos y todo aquello que le enseñaron desde niña, cuando no había ni tiempo para las sonrisas.

No sabe de números, pero hace verdaderos milagros con el exiguo sueldo mensual de su marido, Onofre, el pastor.

De tanto contar y recontar, últimamente anda algo escamada y tiene como un mal presagio. No acaban de salirle las cuentas.

Su Onofre, además de cambiar su ajada petaca, por una nueva y reluciente, le ha comprado unas trébedes y un perol nuevo y lo que es peor, le ha dicho que se ha comprado un transistor, que está harto de tanta soledad.

A Hilaria no le salen las cuentas. Por muchos “montoncicos” de céntimos, por muchas sumas y restas con los dedos de la mano, llega a la conclusión de que mas falta que sobra. Ahorros no hay. La paga semanal sigue siendo lo mismo de exigua que siempre y no acaba de encontrar familiar alguno que les haya legado alguna herencia.

Mosqueada, ya ha hecho alguna visita a los corrales y a ojo de buen cubero, comprueba que faltan ovejas.

.- ¿Qué has hecho Onofre? Al final de nuestras vidas, vamos a terminar los dos en la cárcel.

Como Hilaria, que se sabe cómplice si calla, no tiene transistor, no conoce la figura del participe a titulo lucrativo, ese eufemismo actual que la salva de la cárcel, a pesar de “estar en el ajo”.

Lo malo es que por no tener, no tiene ni el dinero para reponer el importe del perol y las trébedes, ni un abogado que levite, por lo que es muy posible que, a pesar de esa nueva jurisprudencia, termine por acompañar a su marido a la trena.








miércoles, 15 de febrero de 2017

DE AQUÍ A LA ETERNIDAD... CON UN DÍA DE RETRASO.



Decía Juan Ramón Jiménez, que si te dan un papel pautado, es mejor escribir por detrás.

Viene esto a cuento a que una vez pasado el 14 de febrero y habiendo leído lo que en esta bitácora se ha escrito sobre la fecha, he dejado que el calendario siga su curso y me he puesto a pensar en nuestra felicidad compartida, en mis cincuenta y muchos años que han dado para poder conocer y sentir el amor, de mil y unas distintas y hermosas maneras.

No soy muy aficionado a los “días de”. Casi todos tienen trampa.

Quiero decir con esto, que de haberme afanado un poco más, esta entrada podría haberla publicado ayer, pero como mis sentimientos no varían por indicación de ninguna fecha, he preferido que sea hoy. Un día que sigo queriendo igual a la protagonista de la historia.
 
Corrían los años 50 del pasado siglo y se hizo el milagro.

Conocí su piel gracias a que nuestra media de altura, era un poco superior a la normal de los jóvenes en aquellos años y sobre todo a Fred Zinnermann.

Yo tendría entonces 17 años y ella rondaría los 15. Nuestra altura y porte, debieron convencer al portero, para no poner pegas a la hora de acceder al viejo cine Proyecciones, a ver la película “De aquí a la eternidad”. 3R.- Mayores con reparos.

Eso, o la bondad congénita de Armando el portero y el hecho de que no merodeara por las taquillas un cabo de aquella Guardia Civil tan distinta a la de ahora.

Lo demás lo pusieron Deborah Kerr y Burt Lancaster.

No es que menosprecie las brillantes dotes artísticas, (algunas merecedoras de Oscar), de Montgomery Clift, de Frank Sinatra, de Donna Reed o de Emest Borgnine.

Nada de eso. Pero esa brillante lección de pasión, ese abrazo rodeado de espumas y algas, esa demostración de que el amor, aunque sea adultero, también es amor, fueron los resortes que hicieron buscar la piel de la persona a la que amaba.

Todavía hoy, el recuerdo de aquella ceniza que aún queda en mis dedos de aquella tarde, es como una golondrina directa a aquella piel donde crecían las violetas.

Mientras Montgomery Clift, sacaba notas tristes a su trompeta, espejos de luz brillaban en los ojos y ramilletes de orquídeas se ofrecían a los dioses del amor y el deseo.

Mientras Frank Sinatra moría, un manantial de caricias, como alas de palomas, buscaron abrigo en la esperanza de un mañana dispuesto a estallar en plenitudes.

Salimos a la noche, empapados de estrellas y soñando eternidades.

Ahora que recuerdo aquella tarde de cine, le doy gracias a James Jones por idear esta historia, que nos supo acercar al amor, con el palpitar sediento de palomas que llegan a una fuente en medio del desierto.

Permitidme que hoy al recordar las emociones de aquella lejana sesión de cine, de las gracias con una oración que pasado el tiempo, me enseñó Pilar Miró:

Gary Cooper que estás en los cielos…”








martes, 7 de febrero de 2017

AGRADECIMIENTO DESPUÉS DE MI AUSENCIA



Cuando abro el correo, cosa que hago a diario desde hace varios años y leo que alguien tiene dispuesto un comentario para algo que yo he publicado, me queda la sensación de que ya el día  merece la pena.

Todavía mi agradecimiento es mayor, cuando esos correos llegan, sin necesidad de que el día de la semana sea jueves y sean  agradecidas contraprestaciones.

Eso es lo que he sentido estos días en los que, por problemas y achaque varios, he faltado a mis obligaciones para los lectores..

Un puñado de vosotros, se ha seguido acordando de mi, en esa sección que di en llamar “ Casa de citas”. Gracias. Habéis sido parte de mi recuperación.

Tenéis que entenderlo. Mi tertulia no está en el Hogar del Jubilado ni en el Casino. Está con vosotros. En cualquier lugar del mundo, saltando barreras, mares y fronteras. Mi tertulia la componen jóvenes impetuosos y mayores sensatos, poetas, pintores, fotógrafos, lectores, médicos, maestros, cuidadores, amantes de la música. ¿Qué más puedo pedir?.¿Dónde puedo aprender más?

Mi tertulia la conforman unos seres de los que, además de por su magisterio, se les conoce por su corazón abierto,  su hidalguía y su generosidad.


Quizás por eso os he echado  tanto de menos ¡Gracias por acogerme!

Vosotros le habéis dado el calor necesario a este cuerpo que, como ya empiezo a comprobar, inexorablemente se destempla con los años.

En este día de mí vuelta , permitirme un único exceso: el de mi gratitud.