Conocí
al poeta Félix Grande, gracias a mi maestro de letras hondas, el poeta
valdepeñero Juan Alcaide Sánchez.
Mi
conocimiento no paso de un apretón de manos y la certeza de saber que ambos
estábamos inoculados con el germen de la divina enfermedad de la poesía.
La
vida, esa ramera buena que alterna placeres y sufrimientos, cobrando lo justo
por ello, nos envío a cada uno de nosotros en busca de promesas que debíamos
hacernos.
El
fue cabrero, oficinista, vinatero, labrador, cabrero, pero sobre todo poeta. Nunca abdicó
de su condición, aunque la diaria tarea de vivir, se lo pusiera difícil.
Y
por eso triunfó. Porque fue un hombre honrado, porque supo vivir cada momento,
poniéndose al lado de los “torcidos”
del mundo, porque supo prestar su voz a los que más necesitaban ser oídos.
Porque para el la poesía fue siempre lo primero.
La
ramera le premió con sus mejores caricias: Premio Nacional de Literatura, un
puñado de libros de poesía, premio “Gabriel Miró” de cuentos, “Eugenio d¨Ors”
de novela corta, premio “Adonáis”, “Casa de las Américas” por su gran libro de
poemas de 1967 “Blanco Spirituals” y
muchos reconocimientos más que sin duda su obra merecían.
Aficionado
a la guitarra, conoció al insigne Paco de Lucía y este conocimiento le llevó a
adentrarse el el mundo del flamenco del cual era un conspicuo conocedor
.
Estos
conocimientos y su vena poética le llevaron a dar innumerables conferencias por
España y América.
Su
libro “Memoria del Flamenco” le valió
el Premio Nacional de Flamencología.
Lo
último que pude leer del poeta fue su novela autobiográfica “ La balada del abuelo Palanca” , que
publicó en el año 2.003.
Esa
novela la llevaba en mis manos, en Valencia, donde el poeta impartía una
conferencia sobre flamenco.
La
tengo sin dedicar: me dio vergüenza acercarme hasta él, yendo yo tan ligero de
equipaje.
Hoy
en esta despedida, que pone luto a los arpegios y descompasa el latir de los
corazones, os invito a que leáis estos versos del poeta que se ha ido:
LA MÚSICA ÚLTIMA
Se moría de una vez
naufragando en redondo
entre cuatro paredes y unas
gotas de música:
escuchaba el sonido con tan
grande avaricia
que creía morirse despacio,
desde lejos.
Quería lamer la música, el
son de su existencia
chocando años y años por las
peñas del mundo;
quería lamer el dulce estrépito
de aquella
vida, que le agredía
alejándose en círculos.
Pensar, sufris y amar eran
un mismo espasmo.
Vio rostros: de personas, de
ciudades, de ideas.
Atolondrado, quiso
perdonar—¿perdonar?—
…Se apagaba, escuchando la
música delgada.
Se le reunían todas las
alucinaciones
en una melodía inexperta y
gravísima.
Se le formaba el feto de su
cero en el alma,
Un cero melancólico, como un
brocal sin parra.
……..
………
Lamía y lamía aquella música
de los astros,
de la tierra y los siglos,
de su barrio y su vida,
de su alcoba y su adiós. Se
moría lamiendo
la música que sobre su
calavera goteaba.