viernes, 30 de noviembre de 2012
lunes, 12 de noviembre de 2012
BRAVO POR LA MUSICA, PERO...
Decía Friedrich Nietzsche,
que sin música la vida sería un error.
Estoy plenamente de acuerdo con el
filósofo alemán y además añado que en lo que a mí concierne, la música, fiel
compañera, siempre ha enmarcado mis mejores recuerdos.
No conozco nada más
eficiente que la música para vencer la soledad o para remarcar las compañías.
Digo esto, para que no se
interprete este escrito como una andanada contra la musa Euterpe, de la que soy
asiduo adorador desde aquellos discos
dedicados de Radio Andorra, hasta ese sofisticado aparato estéreo de ahora que
hace mas sublimes los atardeceres.
Amo la música, en sus más
variadas presentaciones. He transitado por ella desde Mozart hasta Albeniz,
desde Bonet de San Pedro, hasta Adelle. Desde
Manolo Caracol a Camarón de la Isla, desde Concha Piquer a Pasión Vega,
pasando por Rocío Jurado. Desde la Nueva Trova Cubana, a Serrat y Víctor Manuel. Desde Mahalia Jackson a Nina Simone o Diana Krall,
pasando por Ella Fitzgerald. Desde los arreglos orquestales de los grandes
grupos americanos de los años 40, a la soledad creativa de Paco de Lucía, o la
poesía de Sabina o Juan Luís Guerra.
Todo eso y muchos más que no
escribo, por no hacer este escrito interminable, tiene para mí el valor de lo
inesperado y útil, todo me gusta, a todos reino pleitesía. Todos, con el color
rabiosos de su inspiración me hacen olvidar los sonidos negros que a veces me
acechan.
Pero eso sí, con algunas condiciones.
También necesito del sosiego y la tranquilidad y me gusta dedicarle a la música
toda la atención que se merece. Respeto a quien es capaz de tener siempre la
música como fondo, mientras se afana en mil tareas. Yo no sé, y lo que es peor,
tampoco quiero saber.
Me gusta saborear la música
en toda su amplitud, de la misma manera que me gustan los buenos vinos: sin
extrañas mixturas y rebuscados acompañamientos.
Por eso no puedo entender a
esos jóvenes que durante todas las horas del día resisten ese cordón umbilical
que nace de un pequeño aparato, donde, sin solución de continuidad les insufla
de sonidos, la mayoría de las veces excesivamente estridentes, aislándolas del
mundo.
Viven ensimismados,
Apartados de lo que les rodea, en un enrarecido ambiente de sonidos
cíclicamente repetidos.
Como empecé hablando de mí,
quiero terminar de la misma manera.
Ya he dejado dicho en algunas ocasiones de mi
costumbre de un paseo diario y tempranero para visitar a mi amigo el mar.
De buena mañana, salgo con
mi MP3 uncido a mis oídos y aprovecho para oír las noticias por radio. Cuando
llego a la playa, ese milagroso aparatito, me permite buscar la música que en
ese momento necesito y sentado frente al mar disfruto de ella, me relajo, me
olvido de muchas de los impúdicos y soeces mensajes que nos trae el devenir
diario
Para la vuelta guardo el
moderno artilugio, escucho el sonido del mar, lleno mis ojos con las primeras
claridades y sin ninguna barrera acústica que me lo prohíba, me meto de lleno
en esa prodigiosa e inacabable sinfonía que todos llamamos vida.
lunes, 5 de noviembre de 2012
DOS CAMPANADAS
Dos campanadas
levantan en la noche un coro de
ladridos.
Hace tiempo que el viejo John Coltrane
ha abandonado junto con su saxo,
los tristes sonidos que se enroscan en
el alma
de su “In a sentimental Mood”.
La noche, con sus dedos de lluvia
se aferra a los cristales
ansiosa de ternura.
El libro sigue abierto.
con la señal que
recuerda
que la vida continúa
escondida entre sus letras.
El flexo, como un sol en miniatura,
se esfuerza en ahuyentar las sombras de
la noche,
pero su poder solo ilumina
al mundo circular e íntimo de la mesa
camilla.
Mi amigo
Macallan, Twelve Years Old,
que tan de tarde en tarde me visita,
ha venido a acompañarme
con un regalo de bosques y de vida,
para hacerme la noche llevadera.
Seguro que fuera de esta isla
los sueños tiñen de esperanza las
almohadas
y besos retrasados
llaman a las puertas del deseo.
Apago la luz y a tientas
busco el hueco de mi cama,
donde siempre me espera el calor que
necesito.
Pongo a compás los sonidos del silencio
y me adentro en un mar de madrugadas.
Se acabó la noche.
Ya no hay ladridos.
Solo
el sonido silencioso de un
universo en paz.
La lluvia sigue llamando en la ventana
y yo dejo de sufrir las campanadas.
Escribí este poema, escuchando a John Coltrane.
También puedes oírlo, mientras lo lees.
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