lunes, 12 de noviembre de 2012

BRAVO POR LA MUSICA, PERO...


LA MUSIQUE.- Matisse



Decía Friedrich Nietzsche, que sin música la vida sería un error.

Estoy plenamente de acuerdo con el filósofo alemán y además añado que en lo que a mí concierne, la música, fiel compañera, siempre ha enmarcado mis mejores recuerdos.

No conozco nada más eficiente que la música para vencer la soledad o para remarcar las compañías.

Digo esto, para que no se interprete este escrito como una andanada contra la musa Euterpe, de la que soy asiduo adorador desde  aquellos discos dedicados de Radio Andorra, hasta ese sofisticado aparato estéreo de ahora que hace mas sublimes los atardeceres.

Amo la música, en sus más variadas presentaciones. He transitado por ella desde Mozart hasta Albeniz, desde Bonet de San Pedro, hasta Adelle. Desde  Manolo Caracol a Camarón de la Isla, desde Concha Piquer a Pasión Vega, pasando por Rocío Jurado. Desde la Nueva Trova Cubana, a Serrat y  Víctor Manuel. Desde  Mahalia Jackson a Nina Simone o Diana Krall, pasando por Ella Fitzgerald. Desde los arreglos orquestales de los grandes grupos americanos de los años 40, a la soledad creativa de Paco de Lucía, o la poesía de Sabina o Juan Luís Guerra.

Todo eso y muchos más que no escribo, por no hacer este escrito interminable, tiene para mí el valor de lo inesperado y útil, todo me gusta, a todos reino pleitesía. Todos, con el color rabiosos de su inspiración me hacen olvidar los sonidos negros que a veces me acechan.

Pero eso sí, con algunas condiciones. También necesito del sosiego y la tranquilidad y me gusta dedicarle a la música toda la atención que se merece. Respeto a quien es capaz de tener siempre la música como fondo, mientras se afana en mil tareas. Yo no sé, y lo que es peor, tampoco quiero saber.

Me gusta saborear la música en toda su amplitud, de la misma manera que me gustan los buenos vinos: sin extrañas mixturas y rebuscados acompañamientos.

Por eso no puedo entender a esos jóvenes que durante todas las horas del día resisten ese cordón umbilical que nace de un pequeño aparato, donde, sin solución de continuidad les insufla de sonidos, la mayoría de las veces excesivamente estridentes, aislándolas del mundo.

Viven ensimismados, Apartados de lo que les rodea, en un enrarecido ambiente de sonidos cíclicamente repetidos.

Como empecé hablando de mí, quiero terminar de la misma manera.

 Ya he dejado dicho en algunas ocasiones de mi costumbre de un paseo diario y tempranero para visitar a mi amigo el mar.

De buena mañana, salgo con mi MP3 uncido a mis oídos y aprovecho para oír las noticias por radio. Cuando llego a la playa, ese milagroso aparatito, me permite buscar la música que en ese momento necesito y sentado frente al mar disfruto de ella, me relajo, me olvido de muchas de los impúdicos y soeces mensajes que nos trae el devenir diario

Para la vuelta guardo el moderno artilugio, escucho el sonido del mar, lleno mis ojos con las primeras claridades y sin ninguna barrera acústica que me lo prohíba, me meto de lleno en esa prodigiosa e inacabable sinfonía que todos llamamos vida.






lunes, 5 de noviembre de 2012

DOS CAMPANADAS


Dos campanadas
levantan en la noche un coro de ladridos.
Hace tiempo que el viejo  John Coltrane
ha abandonado  junto con su saxo,
los tristes sonidos que se enroscan en el alma
de su “In a sentimental Mood”.


La noche, con sus dedos de lluvia
se aferra a los cristales
ansiosa de ternura.


El libro sigue abierto.
con la señal  que  recuerda
que la vida continúa
escondida entre sus letras.


El flexo, como un sol en miniatura,
se esfuerza en ahuyentar las sombras de la noche,
pero su poder solo ilumina
al mundo circular e íntimo de la mesa camilla.



Mi amigo Macallan, Twelve Years Old,
que tan de tarde en tarde me visita,
ha venido  a acompañarme
con un regalo de bosques y de vida,
para hacerme la noche  llevadera.


Seguro que fuera de esta isla
los sueños tiñen de esperanza las almohadas
y besos retrasados
llaman a las puertas del deseo.


Apago la luz y a tientas
busco el hueco de mi cama,
donde siempre me espera el calor que necesito.
Pongo a compás los sonidos del silencio
y me adentro en un mar de madrugadas.


Se acabó la noche.
Ya no hay ladridos.
Solo  el sonido  silencioso de un universo en paz.
La lluvia sigue llamando en la ventana
y yo dejo de sufrir las campanadas.







Escribí este poema, escuchando a John Coltrane.
También puedes oírlo, mientras lo lees.