Hace más de 15 años, escribí este poema.
Ahora
que mis achaques no me dejan disfrutar de esos días, lo desempolvo para mostrarlo
y también para poder solazarme con esa brisa cercana y con la ahora prohibida
caricia de las olas.
Menos
mal que, para avivar recuerdos, siempre nos queda la poesía.
Estoy sentado
frente al mar,
mientras la mañana
se abre en gajos de colores.
La brisa suena y
acaricia más limpia,
con la risa nueva
del niño
que levanta
castillos en la arena.
Mis recuerdos, en
suaves olas, vienen y se escapan,
dejando en mi piel
salitres de nostalgia.
Y allí lejos, en el
nunca hollado horizonte,
por donde se ubican
las islas de los sueños,
una bruma de
impotencia
lastra la rápida
agilidad de los delfines.
Los rayos de sol
escriben interrogantes en el agua,
llenando los ojos
de claridades sin respuesta.
Quisiera estar
siempre donde habita esta luz.
y que mis ojos se limpiaran de arena y silencios.
Que los pies
descansaran entre algas,
para desandar los
pasos que nunca fueron dados.
Le ofrezco mi pecho
a un cormorán de nieve,
para que picotee en
mis adentros,
limpiando los
restos de los sueños naufragados.
Y me hago
arquitecto de ilusiones,
ayudando al niño
que construye castillos en la arena.
Ayudándome yo,
a poner banderas de
dicha,
en los viejos
torreones de la pena.
El sol pinta
corazones en la playa
que la espuma no se
atreve a borrar.