RECUERDO DE UN
CAFÉ
Quiebra
Duralex, la vajilla de toda la vida
(De
la prensa)
Cuando los años cincuenta del pasado
siglo llamaban a la puerta y todavía este país nuestro seguía padeciendo, por
su nefasta condición de no haber aprendido a vivir respetando a los demás.
Cuando todavía faltaba de casi todo lo necesario y a la “economía de subsistencia” se le seguía llamando hambruna.
Cuando todavía existían los “lañaores”, los “quincalleros”, y la mayoría de los vasos de las tabernas estaban “esportillaos” y macilentos, cuando el “ropavejero” pagaba “cuatro chavos” por aquella ropa sin solución, que ya había pasado de padres a hijos y nietos, cuando las “coderas”, no eran una moda para cazadores, sino una pobre solución de emergencia, cuando “el deshollinador”, era el antecedente sucio y negro de las campanas de extracción, cuando el “cardador de lana” hacía que los colchones pudieran renovarse, sin necesidad cómodos plazos, cuando no había problemas con la contaminación de las bolsas de plástico, pues un buen “espartero” lo solucionaba con una “capacha” donde seguro, cabía todo, cuando uno podía despertarse con el silbido de un “afilaor”, el vendedor de melones de Villaconejos, o el canto un poco aflamencado del que pregonaba: “vendo melón y higos”,( por cierto algún defensor de las esencias gramaticales, hizo subir con su pesada carga a uno de estos vendedores cuatro pisos y sin ascensor, que entonces eran poco los que había, para recriminarle que se debía decía “miel e higos” y al preguntar el derrengado vendedor, si le iba a comprar algo y contestarle que no, le espetó, demostrando haber aprendido la lección: “ es usted un cabrón e hijo de puta”.
En esta época de la que os hablo fue cuando una marca francesa vino a solucionar algunos de los problemas antes expuestos.
Se llamaba Duralex, (del latín “dura lex, sed lex”: dura ley, pero ley).
Entró con fuerza en el mercado de los bares y hoteles y terminó, con el tiempo por hacerse imprescindible en la mayoría de las casas.
Con una parca, pero contundente publicidad: “Utilícelo como martillo, déjelo caer, golpéelo, hágalo pasar del hielo al agua hirviendo”, los “lañaores” dejaron de poner lañas o grapas a los platos y fuentes de barro o loza y era difícil ver vasos rotos en bares y tabernas.
Se renovaron las vajillas de casas y locales hosteleros y parece que aquello terminó por ser una llamada a esa modernidad que tanto necesitábamos.
Cuando he sabido de la desaparición de esta entrañable marca, no he dejado de recordar mis noches de bachiller, estudiando con una taza y un platillo color ámbar al lado, un café molido con molinillo, borboteando en el fuego y todos los sueños de una vida en ciernes con ansias cumplirse.
Ahora que todo es efímero, que hasta las ideas, los amores y las certezas, viene con su obsolescencia programada, nos quitan también lo poco duradero que nos quedaba.
Esta nostalgia que siento es, por supuesto, bastante más frágil que una taza de Duralex.