No sé si habré sido
el hombre que todos esperaban.
Aunque diré en mi
descargo, que colocando en la balanza realidades y utopías, el fiel permanecería
en el centro exacto de mi existencia
Mis suelas
manchadas de terrones de surco y arena de playa, van dejando la huella de mis
patrias.
Siempre busqué la
belleza que tienen las palabras, aunque hubo un tiempo ingrato, en el que tuve
que sucumbir a la fuerza de los números.
(Hay veces que,
irremediablemente, la patria también tiene forma de puchero).
Fue un tiempo,
demasiado tiempo, en el que se apagaron las luces que manda el arco iris.
Afortunadamente, no desistí de esa mirada ansiosa de sueños y
de auroras, tratando de borrar sombras de cipreses.
Cumplidos los
cuarenta y cuando ya creía que lo sabía casi todo, tuve que examinarme de
desconocidas asignaturas, poniéndole a la noche costuras de tristezas y latidos
de esperanzas.
Después, la
costumbre de vivir, me amoldó a la penosa sin razón de la corbata y a tenerme que tragar
mis propios sentimientos.
Me desdibujé de la
poesía y fueron muchas las madrugadas que me nacieron con espinas y con olor a
viejos ceniceros.
¡Pero la vida me
exigía que llenara los tiempos de silencios, con algo más que “ratios”,
coeficientes y balances!
Y tuve que esperar,
hasta la llegada jubilosa, de ese tiempo propina, en el que el descanso es una
cláusula.
Me abroché a la
esperanza y desempolvé los viejos libros que me hablaban de pasadas vivencias,
luces desveladas y violines redivivos.
Y de pronto, ese
vacío de silencios, se fue llenando de palabras nuevas que saben responder a
viejas preguntas, de distintos abrazos que ayudan a encontrarte, de músicas
desconocidas, que llenan los espacios ahítos de
soledades.
Y aquello que se
hizo invierno, floreció con luces prestadas de nuevas primaveras.
Y las palabras
dejaron su tristeza de ceniza y volvieron a prender en la lumbre caliente y
olvidada de la poesía.
Con la bendita
ayuda del mar, se hizo posible esta nueva singladura, que pronto me llevó a los
bellos horizontes de la belleza recobrada.
…y la ilusión se
hizo claridad y epifanía, la danza ritual de las olas, con sus idas y venidas,
invita a todos los sueños que no se hicieron realidades y las palabras vuelven
a nacer con querencias de azules y brisas de recuerdos.
Y en eso sigo…
No sé si habré sido
el hombre que todos esperaban. Aunque tengo un temor y quisiera contarlo, al
tiempo que solicito vuestra ayuda.
Yo, que nací con
una guerra y la sufrí, no quisiera dejar como herencia a los míos, despedirme
con otra que podría ser definitiva.
Juntar vuestras
palabras, esas que a mí se me terminan, y con gritos, canciones o poemas, decir
en mi nombre a quien corresponda, que a pesar de mis defectos, he intentado ser
bueno y no me lo merezco.