Fotografía de Pixabay
domingo, 29 de octubre de 2017
miércoles, 25 de octubre de 2017
HOMBRE TAN DE TIERRA TIERRA
Cueva de la Bodega "El Trascacho", del admirado y recordado amigo Andrés Cejudo.
Aquel
hombre tenía en su cara todos los surcos de la tierra que le vio nacer. Era
pequeño y rugoso como una cepa anquilosada, sabedora ya de que pocos racimos
podían vivificarse con su savia. Sus pantalones de pana, se sujetaban a su cintura con un cordel que agavillaba su
figura.
Siempre
trabajó en el campo y se vanagloriaba de haberlo hecho siempre para el mismo
“amo”.
Había
hecho de todo: recogido aceituna, vendimiado, segado. Sabía de mañanas frías,
de tardes agosteñas, con la garganta con la misma necesidad de agua que los
terrones que se deshacían bajo sus “albarcas”.
Tenía
una hija ya casada con lo que él llamaba “un escribiente”. En realidad el yerno
trabajaba en un banco en Madrid.
A
pesar de los múltiples requerimientos del matrimonio, nuestro protagonista se
había negado en redondo a abandonar el pueblo e irse a la capital, con el
contundente razonamiento de que “él no se apañaba a vivir en medio de aquel
desbarajuste”.
Vivía
solo. Hacía tiempo que ya no iba al campo, pero él no sabía de jubilaciones y
como solía decir, “aunque le faltaban dos años para los “cuatro veintes”,
estaba “telendo” y podía aprovechar”.
Su
“amo”, mejor dicho los hijos de su “amo”, le habían permitido que estuviese en
la bodega, haciendo pequeñas faenas, y sobre todo cuidando de la “cueva”, a la
que llamaba “La sacristía”, él tan poco dado a iglesias y sus boatos.
Era
el encargado de atender a los visitantes, mostrándoles las instalaciones y
dando a probar los vinos de las tinajas que celosamente cuidaba con lo que
alguna buena propina se ganaba al final de su visita guiada.
La
bodega había crecido, desde que los hijos del “amo” la habían vendido a una
importante multinacional de bebidas,
cambiando por completo su funcionamiento.
Un
trasiego constante de relucientes camiones cisterna, de “palés” rebosantes de
cajas multicolores. Una monumental embotelladora, atendida por uniformadas
muchachas, había sustituido a los antiguos “medidores” que llenaban pellejos
con embudos y medidas artesanales.
Hombres
con batas blancas, “los médicos del vino” decía nuestro hombre, manejaban
extraños artilugios y desconocidas
maquinas “con luces de colores”, para poder intuir, la calidad de las uvas,
algo que él sabía solo con pisar el “majuelo”, ventear los aires y probar un
racimo todavía en agraz.
Una
tarde, al salir del trabajo, oyó decir a “los de las oficinas”, que los nuevos
dueños pensaban instalar unos enormes depósitos por la zona donde estaba “la
sacristía”, aunque no hizo mucho caso. Siguió cuidando las pequeñas y panzudas
tinajas de Villarrobledo, con el mismo mimo que siempre.
A
las dos tres semanas, un ejército de hombres con chalecos reflectantes y cascos
amarillos, empezaron a levantar plateados y gigantescos molinos sin aspas por
la zona de la cueva.
Alguien ordeno el relleno de la
misma, con el fin de asegurar los anclajes
de los depósitos de acero.
===
Todos
se extrañaron que a la hora de salida, no apareciese nuestro hombre, con su
caminar pausado.
Fueron
a llamarlo, antes de cerrar la enorme puerta metálica de la bodega.
Lo encontraron, definitivamente
quieto, al pie del empotro de la cueva, apoyada su cabeza en una tinaja. Entre
sus labios una colilla amarillenta. Sus pantalones, (color tierra), atados a su
cintura por una cuerda. La luz de una pequeña bombilla, le ponía como una
triste aureola a su cabeza.
===
Meses
después, cuando la primavera iniciaba sus milagros, al pie de los depósitos
plateados, unas pobres y sin historia flores silvestres, habían conseguido
brotar, poniendo un toque de naturaleza y vida en aquel aséptico complejo.
domingo, 22 de octubre de 2017
miércoles, 18 de octubre de 2017
OTRA VEZ EL MAR
OTRA
VEZ EL MAR
Cada
vez que vuelvo al mar
la
vida me renace.
En
su orilla,
con
su minué de espumas,
se
olvidan los calendarios
y
sobran las recetas.
Cuando
me adentro en sus aguas,
buscando
las caricias de sus olas,
recobro
el compás
y
se visten de domingo todos los arpegios.
Miro
el lomo terso del horizonte
y
se hacen posibles todos los poemas
mientras
como trallazos de luz,
saltan
los peces en busca de metáforas.
Yo,
que
vivo entre dos aguas,
le
doy gracias al mar,
por
seguirme recitando su alegre salmodia.
Por
tatuarme en la piel sus talismanes.
Por
escribirme en el encerado de su arena,
que
todas las pisadas van hacia la aurora.
Y
por traerme con la brisa
recados
de sortilegios
y
rumores de esperanza.
domingo, 15 de octubre de 2017
miércoles, 11 de octubre de 2017
LECTURAS DEL VERANO
El tiempo del verano se va alejando lentamente escondiéndose entre los
pliegues de las tardes que se hacen más cortas y soportables.
Cuando cojo la novela que ahora leo, (El color del silencio, de Elia
Calderón), recuerdo la promesa que le hice al buen amigo Emilio Manuel, de
recordarle los libros leídos durante las vacaciones. A ello voy.
Comenzaré, por una que he leído, gracias a esa lista de lecturas que el
propio Emilio Manuel edita en su blog:
“Vestido de novia”, de Pierre Lamaitre, una novela negra, un thriller
psicológico, que te engancha desde el primer capítulo, (hablo por mí), que se
convierte en una tremenda pesadilla y un ritmo trepidante. Con unos cambios de
enfoque, deliberadamente propuestos por el autor, que lejos de decepcionar te
invitan a seguir inmerso en la historia.
Me gustó lo suficiente, tanto, que quise repetir con el mismo autor y me
decidí por:
“Recursos inhumanos”, un “thriller” diferente que podría ocurrirle a
cualquiera que pierde su puesto de trabajo y tiene que seguir viviendo.
Novela para tiempos de crisis y de contratos basura, con una trama bien
urdida, aunque a veces disparatadas, que te engancha de la solapa desde la
primera de sus 420 páginas.
“La neblina del ayer” del cubano Leonardo Padura, una versión amarga y
agridulce de una sociedad que creyó que una revolución lo cambiaría todo y
donde se dibujan unos personajes variopintos que tratan de mal vivir y donde
los libros tienen una vital importancia. El autor toma el titulo de un verso
del bolero de Virgilio-Homero Expósito, “Vete de mí”, magistralmente cantado
por Olga Guillot y Bola de Nieve
“El salvaje”, del mejicano Guillermo Arriaga, mucha crudeza y violencia
narrativa, que por el contrario se diluye y se hace fatigosa, en un
batiburrillo de historias mezcladas. Debo confesar que me costó terminarla.
“Todo esto te daré”, de la reconocida autora Dolores Redondo, ganadora del
último Premio Planeta.
Soy un poco reacio a entrar en el envite comercial de los premios que
buscan bet-seller y si a eso le sumamos que fui incapaz de leer el tercer libro
de su famosa trilogía, no esperaba mucho
de su lectura, pero debo confesar que en esta ocasión, no me ha decepcionado.
“La Regata” de Manuel Vicent. Con su prosa mediterránea y barroca, nos
cuenta una historia coral, donde el “postureo” de unos personajes muy del
momento, nos muestran su indignidad
en medio de la belleza de un mar resplandeciente, pero abandonado. Sus 240
páginas se dejan leer, sobre todo si estas al lado de ese bello mar.
Y por las noches, cuando la
oscuridad se hace irrespirable, y la terraza te llama, he aprovechado para
disfrutar del libro de sonetos de
nuestro vecino de aquí al lado, Jesús Andrés Pico, “De decires y alondras”.
Jesús, se abre en canal y nos
muestra, a golpe de corazón y encerrados
en 14 versos, toda una experiencia vital. El amor, la niñez, Castilla y su
propio devenir humano.
Es alentador comprobar, como el soneto, a veces denostado, florece, con
todo su esplendor, en el bello libro de este buen amigo y poeta.
El autor ha tenido, además, la gentileza de incluir un soneto que me
dedicó, al recibir mi poemario “Por un hombre en paz”.
Gracias amigo, tus sonetos me han enseñado que las noches con el mar y la
poesía, solo son precursoras de brillantes amaneceres y días mejores.
domingo, 8 de octubre de 2017
miércoles, 4 de octubre de 2017
DOS SILLAS EN PRIMERA LÍNEA DE PLAYA
Lo bueno de haber
cumplido los 80 es que ya no necesitas despertadores.
Los veo pasar todas
las mañanas, con sus pasos cansados de tantas laboriosas madrugadas, cuando
todavía el sol le saca los colores a tenues nubecillas que arreboladas, tratan
de esconderse tras el horizonte.
La pareja que cada día
se dirige al mar, cuando aún en la playa los tractores nivelan las arenas,
serán de mi quinta.
El marido trasporta
las sillas y la mujer un cesto de enea con las toallas.
Se colocan cerca del
lugar donde se confunden la espuma y la arena y como cada mañana, comulgan con
el mar y todos sus secretos.
Cuando sus ojos
empiezan a llenarse de estrellas por el parpadeo de las primeras irisaciones
del sol sobre las aguas, cogidos de la mano, entran en el agua, para recibir
juntos el agradable bautismo que les regala la naturaleza.
A la playa empiezan a
nacerles sombrillas, como flores multicolores, los niños preparan los enseres
para su fútil arquitectura y en las últimas líneas se montan bien juntitas, las
esterillas de los enamorados.
Cuando esto ocurre
ellos cogen sus bártulos y con paso pausado, pero felices, abandonan la playa.
Esta mañana, el sol ha
perdido la batalla antes las tercas nubes y un aire húmedo, ha prevenido a las
gaviotas que han desistido de sus majestuosos vuelos.
Ello no ha sido
inconveniente para que la pareja de mi historia, como cada día, con esa
puntualidad de los que ya lo tienen todo hecho, haya ocupado su sitio en
primera línea de playa.
Han seguido el ritual
de cada mañana, aunque esta vez, con una pequeña variante.
A la hora en la que
empiezan a llegar los veraneantes a la imperiosa llamada del mar, a la hora a
la que ellos suelen abandonar la playa, ha empezado a llover.
Desde mi terraza, he
visto como, mientras los demás huían en estampida de la playa para guarecerse
de la lluvia, ellos volvían a montar sus sillas, se cogían de la mano y
envueltos en gotas de lluvia, volvían a buscar las caricias de las olas.
Y así, mecidos por la
brisa y bendecidos por el agua total, se han abrazado mirando al horizonte.
Los he visto pasar,
camino de su casa, con su paso lento, pero con cara de felicidad.
Esa cara de felicidad
que solo se alcanza, cuando se está dispuesto a comulgar con la madre
naturaleza, o cuando la locura del amor verdadero, se olvida del tiempo y los
calendarios.
domingo, 1 de octubre de 2017
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