Fotografía del autor.
Las ventanas lloran su tristeza con lágrimas de lluvia en sus
cristales.
La mañana ha borrado de la paleta del cielo todos los colores,
dejando solo una gama de grises.
Los pájaros han cancelado todos sus vuelos, guareciéndose en el
seguro y caliente hangar de las marquesinas.
En las terrazas de los edificios, no aparece la ondeante blancura de
las sabanas, dejando a la vista una maraña de alambres oxidados.
Una gota tras otra, empiezan a componer la acabada sinfonía de la
lluvia.
Llueve y se nos anega el alma, llueve y caminamos cabizbajos,
perdiendo los contornos en los charcos, como si fuésemos extraños seres que
abominamos ahora, de la alegre materia que buscamos en los mares.
Llueve, pero bajo nosotros otra vida se prepara.
Un ejército de gnomos, elfos, duendes y diablillos, empiezan a
desperezarse con el sugerente sonido de las gotas y con canciones renovadas,
vuelven al trabajo tras meses de letargo.
Hay que abrir y orear los oscuros viveros donde dormitan las flores
nuevas, poner a punto los laboratorios, para que al finalizar esta sinfonía de
lluvia, se pongan a hervir redomas, cubetas y damajuanas, para destilar los
nuevos perfumes que nacerán en primavera.
Una sola gota, es capaz de poner en marcha el telúrico big bang, que
hace posible que con franciscana paciencia, vuelvan a ordenarse el amodorrado
ejercito de animales, insectos, larvas y todo aquello que hace posible que la
vida sea.
Un ejército de deidades menores, pero diosa al fin y al cabo,
empiezan a diseñar los intrincados bocetos con la que se consiguen que los
amores nazcan, mientras con pespuntes de luna y remaches de estrellas, se
confecciona la próxima colección de seducciones para primavera-verano.
Bajo nuestros zapatos mojados, el run run de un vigor nuevo, viene a
decirnos que sobra la melancolía y no vienen a cuento las tribulaciones.
Llueve, sí. Pero no hay que estar triste. Estamos asistiendo al
comienzo de una nueva vida.
Aunque pronto se haga de noche, no podemos olvidarnos de la risa.