Miguel Navarro
Sánchez, obtiene en el año 1972 el Premio Nacional de pintura en la Exposición
de Valdepeñas, con su cuadro “Violinista Mágico”.
Pocos conocen, todo el
ansia, todo el trabajo, toda la constancia y toda-por qué no decirlo- la locura,
de este artista que hasta en la figura tenía bastante de Quijote.
Yo, sí. Supe de su
familia numerosa y de las estrecheces que por aquellos años tuvieron que pasar.
Su hermano Eulogio,
trabajaba en nuestro bar y de él aprendí lo que supe de hostelería.
Miguel que era un año
mayor que yo, también trabajo un tiempo detrás de la barra y tuve la suerte de
conocer sus primeras copias de dibujos de almanaques de Nitratos de Chile, de
Plus Ultra o de la Unión y El Fénix.
Cuando su hermano
Eulogio se emancipó y montó en Ciudad Real un bar, se marchó con él a la
capital.
Allí empezó a asistir
a la Escuela de Artes y Oficios, donde empezó a encauzar su verdadera vocación.
Conoció al pintor
Antonio López Torres, tío del conocido pintor de Tomelloso, Antonio López
García, que fue su primer maestro y su gran mentor y amigo.
Antonio López Torres, obra de Miguel Navarro
Durante la “mili”, que
hizo en Madrid y gracias al pintor López Villaseñor, consigue trabajar de
copista en el Museo del Prado.
Su vida ya está
totalmente dedicada a la pintura, con toda la pasión, toda la vehemencia que
supo ponerle a todas las cosas.
La Cabrera.-(Guadalajara) óleo de Miguel Navarro.
En este tiempo de
trabajo y bohemia sus estancias en Madrid y Bruselas, van configurando la que
será la personalidad del pintor.
En el año 1969,
consigue el Molino de Oro por su cuadro “La caravana y los bohemios”.
Me consta y bien que
siento no poderlo demostrar que durante su estancia en Bélgica, su obra se
estilizó y transmutó el color ocre de su tierra manchega, a una paleta más
luminosa y azul.
Mi marcha de Valdepeñas,
en el año 1.978 y el constante devenir de Miguel, hicieron que nuestra
entrañable relación se enfriara.
Los regalos que me
hizo y que aquí reproduzco, han estado siempre iluminándome y donde quiera que
haya estado, me han ofrecido la impagable lección de recordar que aquello por
lo que se lucha, acaba por conseguirse.