Fotografía del autor.
Como de costumbre en
estos días primaverales que venimos disfrutando junto a este Mediterráneo
nuestro, la mañana era deslumbrante.
En el puerto, un
ronroneo de espumas, acompasaban los vaivenes de las barcas ancladas, con una
nana de azul y brisa.
En un banco cercano al
borde del fondeadero, un padre solo, ¿divorciado?, miraba el horizonte,
mientras su hijo, absorto, manejaba con rara habilidad un teléfono móvil.
En la mayoría de las
mesas cercanas de los bares al aire libre, en otros bancos, incluso paseando,
multitud de jóvenes repetían, como el joven del que hablo, esa nueva liturgia
del Smartphone acaparador de voluntades.
El padre, que ya había
intentado en varias ocasiones interesarse por el devenir de la semana, solo
consiguió de su hijo respuestas monosilábicas, dadas sin siquiera levantar los
ojos del móvil.
Aburrido y hastiado de
sol y silencios, conminó a su hijo a dar un paseo.
Al pasar al lado del
grupo escultórico “Tarde de Verano” de Enrique Gimeno, le pregunto a su hijo.
.-
¿Sabes cómo se llama este juego?
.-
No.
.-
Este es el juego al que se jugaba cuando tu padre era pequeño. Se llama
“pídola”.
Y
había otro, basado en este, que se llamaba “churro, mediamanga, mangotero” o
“burro”.
Por primera vez en la mañana, el chico levantó
los ojos del teléfono y se dignó hablar,
macerando sus palabras con una sonrisa de suficiencia.
.- ¡Vaya nombres!. Me
parecen ridículos. ¿Cómo podéis ser tan antiguos?
Tratando
de atemperar las palabras su padre contestó:
.- Llevas razón: son
nombres raros y los juegos son tan antiguos que ya en el año 1560, Pieter
Brueghel “el Viejo”, lo pintó en su cuadro “Juego de niños”.
Pero tanto para un
juego como para el otro, se necesitan niños dispuestos al movimiento, al
contacto, a la risa, al abrazo o a la pelea, a aprender a sufrir y a gozar .
Se necesitan niños
vivos dispuestos a ejercitar todos los miembros de su cuerpo, niños que vivan
sus juegos como una aventura. Que sean
capaces de divertirse saltando, cogiéndose de la mano.
Que sean capaces de
oír los latidos del compañero de juegos y que aprendan para siempre que no hay
mejor juego que saber mirar directamente a los ojos de los demás.
El
hijo, unos pasos adelante, seguía abstraído con su teléfono móvil.
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