En
algún sitio he leído que vuelve a ponerse de moda la mesa camilla. Los maestros
de la decoración, la pretenden vestir
con sus mejores y más caras galas, para que haga juego con costosos divanes y
victorianos sillones. Veremos lo que dura esta reaparición, con carácter de
estreno, de la vetusta mesa familiar.
Yo
la recuerdo como el epicentro redondo y caliente de mi infancia. El imán
poderoso de los asuntos varios que hacían posible la convivencia.
La
mesa camilla que yo recuerdo, sabía vestirse para las ocasiones.
Para
el trajín diario de la casa viva, vestía un escueto mantel de hule con un mapa
de España, donde los pequeños tomaban su primera lección de geografía. Allí estaban,
perfectamente enmarcadas las 59 provincias, con sus capitales, sus ríos, la
inmensidad verde-amarillenta de los océanos periféricos.
Recuerdo
un quemado en Galicia, como una premonición de futuro, solo que esta vez, había
sido el abuelo el causante involuntario, al dormitar con el cigarro encendido
sobre la mesa.
Sobre
ese hule, se comía, se estudiaba, se hacía sobremesa. La familia, en un juego
de hambre y paciencia, limpiaba las lentejas del racionamiento, quitaba hebras
a las judías, o cortaba el escaso pan de los "coscurros", para unas precarias
migas.
Abajo,
la sima asequible del brasero con su pequeño montículo ardiente de picón de
erraj, caldeaba ese cilindro formado por la madera y las faldas de grueso paño.
Las
mozas y los pequeños de pantalón corto, pagábamos con molestas y picajosas
“cabrillas”, el alevoso acercamiento a las brasas, en las gélidas noches de
hambre y frío.
Una
mesa camilla fue la culpable de mis primeros pensamientos pecaminosos, con
motivos justificados.
En
esta ocasión, estaba vestida para recibir visitas, tapado el mapa con unas
nuevas y más costosas faldas, rematadas
por un primoroso tapete de ganchillo, hecho por la abuela con la paciencia con
la que solo los mayores le ponen a este difícil arte de gastar el tiempo.
No
me acuerdo como se llamaba aquella vecina, joven y frescachona que, en un día
de visita, estando sentados alrededor de la mesa, me dijo: << Anda Juanito, “hecha una firma” que se nota el frío>>
Yo
ya sabía que “echar una firma” significaba remover con la badila las mortecinas
ascuas del brasero.
A
ello me dispuse, agachándome y metiendo la cabeza por debajo de las faldas.
Al
mover la alambrera que tapaba el brasero me tope con las piernas abiertas de la
vecina, enseñando bastante más de lo que yo había podido siquiera soñar en mis
primerizas y eróticas ensoñaciones.
Me
demoré lo que pude y al sentarme de nuevo, vi como la que había hecho posible
el singular espectáculo, miraba sonriente el
desproporcionado arrebol de mis mejillas. Tuve que apartar los ojos, avergonzado, aunque desde
aquel instante, cada vez que alguna mujer se sentaba en invierno en la mesa, yo
siempre estaba presto a mover el brasero.
No
puedo columbrar cual será el futuro de la mesa camilla, pero no quisiera que
volvieran los tiempos a los que me he referido. Leer este escrito como una
pequeña ofrenda a esa amiga que, sin querer, se cuela en los pensamientos de
los mayores, a la que llaman nostalgia.
Pero
ahora que la mayoría solemos sentarnos dirigiendo todas nuestras cabezas hacia
una pantalla brillante y a veces mentirosa, sería bueno que nos juntáramos en
redondo, como en una mesa camilla, mirándonos de frente los unos a otros y
fuésemos capaces de calentarnos al unísono, con el abrazo redondo y solidario
del vivir compartido.
Quizás,
solo por eso, sea conveniente la vuelta de la mesa camilla.
¡BUENAS Y TODAVÍA SOLEADAS tardes-noches de domingo, Juan! Tiene alma el escrito, sí señor. Recuerdo la mesa camilla que teníamos en casa y que era, sobre todo, el lugar donde mis dos abuelos (que vivían mis cuatro abuelos, ya en el tramo final de sus vidas y hasta el final de las mismas, en la casa familiar, con mis padres y mis hermanos) echaban partidas, al parchís, al dominó e incluso al guiñote por parejas. Y los niños circulando alrededor cuando la cosa, sobre todo en días de tormenta, daba paso a lo que tuvieran a bien contarnos: encantador es poco.
ResponderEliminarPor supuesto nunca me pasó nada semejante a lo que cuentas de tu vecina, jajajajajaja... pero lo del brasero sí me suena y mucho, así como el cuidado que tenían por aquello del monóxido de carbono y tal. Pero sea como fuera, era un lugar de reunión casera de lo más entrañable.
Magnífico texto, muy bien narrado, sí señor.
Abrazos
Todo un placer sentarse bajo sus faldas. El picón de los buenos recuerdos, un calorcillo muy especial. Cuatro camillas permanecen a mi lado. ....porque debo ser una sentimental del "brasero de invierno". Y mejor no sigo.
ResponderEliminarNo conocía esa mesa, en mi casa al menos nunca se ha utilizado. Me parece algo lindo en cuánto a la reunión familiar en círculo, donde mirarse y charlar es algo natural. Me ha encantado esa historia que nos cuentas, con ese toque de picardía que queda en tu memoria.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Me gusta lo que escribiste Y desde un dia maravilloso de sol en Mammi
ResponderEliminarte escribo
Qué bonitos recuerdos me trae la mesa camilla... yo aún la tengo pero no con brasero de brasas que es lo guay.
ResponderEliminarNo creo que vuelve, aunque los beneficios en las relaciones familiares serían grandes.
Un beso rey de la nostalgia.
Nunca me ha parecido muy atractiva, pero para el fin que propones sí que me gusta :-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo la recuerdo en casa de mis tíos, pero el brasero ya era eléctrico. Allí merendaban y yo, espera que te esperarás a que acabaran para jugar al parchís. Eran apoteósicos sus enfados durante la partida... jajaja.
ResponderEliminarUn beso de los cuatro.
En la casa del pueblo de mi suegra sigue estando la mesa camilla, y se sigue usando a veces con su brasero de cobre y el mantel de ganchillo protegiendo su falda verde. (no sé si con recuerdos pillines "verdes" también, como la tuya :D)
ResponderEliminarNo sabía del renovado interés por ella en decoración pero he visto que ahora hasta los suecos las fabrican :D
Antes se calentaban las piernas los tertulianos caseros y ahora se calientan la cabeza los tertulianos de terrazas callejeras con "setas" de butano. Los tiempos cambian...
Pero las tertulias y los recuerdos permanecen. Y a veces afloran en textos tan entrañables como el tuyo, Juan.
Un beso y una sonrisa :)
Maravillosos tus deseos y encantador tu recuerdo de esa mesa, tanto de los manteles y las actividades, como del pícaro momento que seguro te hará sonreír más de una vez al recordarlo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo