Soy viejo, o para ser
actual y correcto, debería decir que soy mayor, o que estoy muy usado.
Pero, afortunadamente,
las dos o tres neuronas que me quedan, aunque con dificultad, funcionan y me
acompañan.
Recuerdo que en este
país de nuestros desvelos, se dijo lo mismo para el verano, para la Navidad y
según parece, o eso nos dan a entender los políticos de todas las tendencias,
esto es un bucle.
En esa salvación que
solo mira a la economía, ya hemos puesto
sobre la mesa, mejor dicho sobre los
féretros, cerca de 62.000 muertos.
Se nos han olvidado
pronto los aplausos a las ocho de la tarde y ese himno que se hizo “viral” del
“Sobreviviré”.
El día que se abrió el
chiquero, salimos todos como alegres ternerillos a retozar en esa vida que
conocíamos, aunque el taimado bichito
sonreía esperando.
Un concierto de olas
de irresponsables, se dibujaba en el horizonte, mientras el Covid se restregaba
las manos, preparando nuevas acometidas.
Mi pregunta es: ¿Cuál es la cifra definitiva, que se supone
debe haber de muertes, para que empecemos a pensar seriamente en salvar a las
personas?
Pero
como no quiero ser negativo y estoy
dispuesto a colaborar en busca del final de este problema, se me ocurre una
sugerencia: ¿Por qué no aislar en Residencias y Asilos a los mayores de 75
años, naturalmente sin teléfonos, para un confinamiento definitivo y “quirúrgico”?
Sobrarían
vacunas, para poner a los camareros y taxistas, a los políticos y cargos “que están en primera línea”, a los
obispos, a los militares con mando, (los de a pie, no tienen el mismo derecho,
aunque estén siempre dando la cara) y a toda esa ralea de “mercachifles” y “buhoneros”
a los que el prójimo les importa, si son capaces de obtener algo a su costa.
Y
salvaremos todas las estaciones, con sus fiestas y algarabías, la economía,
como acostumbra, se saldrá con la suya y todos contentos otra vez.
Habrá
62.000 familias, (para entonces muchas más), que no estarán para fiestas, pero
eso que importa, se les monta un homenaje y ¡todos contentos!
Que
estemos, tristemente, los primeros en el ranking
europeo en las cifras de la pandemia, les importa un bledo a los políticos,
ellos bastante tienen con sus elecciones, su acoso y derribo al gobierno, sus
mentiras precocinadas, sus hospitales faraónicos e inservibles.
Y
mientras, las colas del hambre aumentan,
que desgraciadamente el virus también sabe de clases, los establecimientos
cierran, la gente, asustada, no sabe qué hacer y se echa en falta al líder, que
ponga orden en este batiburrillo interesado.
Hay
un refrán en mi tierra, que bien vendría recordar: “no hay atajo, sin trabajo” y otro:
“el tonto callando, parece sabio”.
Y
por seguir con mi tierra, termino con este dicho que utilizan hasta los
que no creen: “con esta gente, ¡que Dios nos pille “confesaos”!