Menos mal que ahora no
es necesario doblar y encarpetar el folio, cuando el poema parece terminado.
Ahora con “clicar”, (horrible palabra que la RAE,
no ha tenido más remedio que aceptar), en “guardar
en”, se envía al almacén, donde suelen olvidarse los deseos, se arremolinan
los intentos vanos y pasado el tiempo, podemos comprobar que hubo días que no
estuvimos acertados.
Todavía, hay veces que
vuelvo a las andadas y hago el intento de ponerme enfrente de la hoja en blanco,
que se muestra inmaculada y llena de pureza.
Y pasa lo de siempre,
que cuando dudo y no encuentro la palabra necesaria, me cuesta corromper su
albura con la infamia de un trazo a
destiempo, y me duele el abuso de un negro chafarrinón que ensucie el níveo candor
de su textura.
Y reincido en la
facilidad que habita en la derecha y que invita a “suprimir”, mientras envías con la negra oscuridad del teclado a
ese pozo sin fondo, donde palabras inconexas seguro que algún día podrán formar
un poema, que ya no admitirá la firma de ningún poeta.
De una manera u otra,
hay que volver a intentarlo, bien con ideas repetidas, cogidas y “restauradas” de ese almacén del que
antes hablaba, o bien uniendo amorosamente las palabras, tratando de no
profanar los diccionarios y sobre todo, las ideas y la música que suele
acompañarlas.
Cuando esto ocurre y
la idea se plasma con la dignidad necesaria de un creador de nuevas vivencias,
aunque se sea agnóstico, el que escribe se siente un poco dios.