Sin estar contaminado
de noticias y nocturnas verborreas hábilmente cocinadas, cada mañana se vestía
de tristeza dispuesto a iniciar su cotidiano viaje que, como siempre, lo
llevaba hasta la nada.
Solo el sol podía
responder a sus preguntas, pero sus ojos estaban dañados de reflejos y ahíto de
oscuridades.
Además este otoño en
vez de hojas livianas y doradas, nos trae cada mañana un rimero de hojarasca y
desamparos.
Después de toda una vida desbrozando porqués,
ahora al llegar al final, todas las oraciones se mezclan con ceniza y las
bellas canciones que hablaban de promesas, se acallan con el fogoso grito de
una humanidad encallecida.
Harto de días vacíos
de sueños y lleno de soledades, viajaba hasta la segura y acogedora patria del
mar, donde comprobar que las gaviotas se miraban en los cristales rotos de la
noche, ante la mirada penetrante de un cielo que no sabe de rituales y
magnánimo, ofrece su eterno despertar de latidos y de vida.
Dejadme que en esta
ocasión me permita juntar la pasada bella efemérides del cante flamenco, con la
festividad del día.
Y permitirme también
que lo dedique a los que aman la música, (seguro que no hay excepciones), los
amantes más dispersos del flamenco y a los/as que hoy celebran Santa Cecilia,
patrona de la música que comobien dijo
el escritor alemán Jean Paul Richter, “es
la poesía del aire”.
Porque
a pesar de un desprecio de siglos, mucho ha tenido que decirse y blanquearse para
dar el brillo necesario a ese flamenco vilipendiado por la Generación del 98, y
felizmente redimida por laGeneración
del 27.
Hay
un libro definitivo escrito por los hermanos Antonio y David Hurtado Torres,
musicólogos y compositores, que nos demuestra que la oscuridad con la que se
pretendía desmerecer este arte definitorio de lo español, está muy lejos de la
belleza intrínseca del flamenco.
El
cante flamenco hace música arriesgada de sentimientos, creando sensaciones,
improvisando emociones. Música alegre y doliente. Amorosa y apenada. Directa y
reivindicativa. Pellizco y caricia. Consuelo y vinagre. Flor y espina.
Pero
mejor que os deje unas cuantas letras que sirvan para justificar esta entrada
de hoy y que vienen a demostrar, que la poesía flota en el aire cuando, sin
poner adjetivos y sin pedir “papeles”, el sentimiento nace teñido de belleza:
En la torre está el reló
El mochuelo en el olivo
En mi corazón la pena
...cada cosa está en su
sitio.
+++
Desperté y la vi
por si estaba soñando
conmigo
la dejé dormir.
+++
No te quiero por la ropa
te quiero por ese lunar
que tienes junto a la boca.
+++
Duérmete gitanito
rey de los soles
te voy a hacer una cunita
de caracoles.
+++
Cómo quieres que en las olas
no haya perlas a millares
si en la orillita del mar
te vi llorando una tarde.
Merecido
el reconocimiento al flamenco, por su música, por su baile y por hacer posible
esa poesía que nace de las hondas raíces de un pueblo que siente y se desespera.
El poeta escribía
poemas a sabiendas que ya no tendrían retorno y que sus rimas volarían como las
hojas de los árboles en el otoño, sin saber siquiera donde terminarían por
hacerse hojarasca.
Antes, sin apenas
rechistar, había perdido amigos, recuerdos, ilusiones, creencias.
Hasta la libertad, por
la que tanto había luchado, quedó enmarañada en algún recodo, manoseada por los
que nunca creyeron en ella.
Supo, con ensoñadora
alegría, que hubo un tiempo en el que perdió la cabeza,lo que le obligó a tener que utilizar en su
lugar un corazón que ya no le pertenecía.
A pesar de ser
consciente y dolerse, de no tener amigos, de faltarle los recuerdos, de
olvidarse de las rimas, de no encontrar los calendarios y de haber perdido la
esperanza, nunca visitó la Oficina de Objetos Perdidos.
Hasta esta mañana que
fue a preguntar por su sombra que le ha abandonado, a pesar de que la luz del
sol de este otoño, que no quiere serlo, blanquea de luces los tapiales y llena
de claridades la mañana.
Le han dicho que no
debe preocuparse y que se habría tomado unos días de descanso.
Él sabe que no, que ya
está harta de soportar tanta espalda encorvada, tanto achaque, tanta
insoportable ceniza en los bolsillos, sin siquiera una rima que sirva para
reconfortarla.
El poeta caminó en la
tarde ahíto de tristeza, mientras la edad le tramaba un nuevo desencanto.