Compruebo
que
la vida se acaba
como
la espuma
que
besa
triste
la
a
r
e
n
a
mientras
espero
la caricia
de otra ola que llega
Compruebo
que
la vida se acaba
como
la espuma
que
besa
triste
la
a
r
e
n
a
mientras
espero
la caricia
de otra ola que llega
Era tan fantaseador
que quiso hacer un mundo nuevo con retazos de sueños guardados en un viejo baúl
de ropa usada.
Ante la falta de
ingredientes para la pócima milagrosa, no tuvo más remedio que utilizar el
brillo de una estrella, la sonrisa de un joven, el canto de una alondra, el ala
de una golondrina, el sol que calienta en los trascachos.
A pesar de los
esfuerzos de nuestro imaginativo protagonista, aquella alquimia no funcionaba.
Afanado en su utopía,
no se daba cuenta de que los sueños guardados en el baúl, se los había
terminado por comer las polillas, la estrella se había cansado de brillar
ahogada por la polución, los jóvenes escondían sus sonrisas, por la angustia de
un futuro pintado de miedos, la alondra dejaba de cantar, harta de no aparecer
en la lista de Spotify, la golondrina dejaba de aletear cansada de tantas
fronteras y alambradas y el sol, tan mayor y sensiblero, había decidido
ausentarse, mientras se ponían de acuerdo las antiguas y seguras cuatro
estaciones.
Nuestro visionario, ante
este vacío lleno de soledades, se olvidó del lenguaje de la luz y los latidos,
se hizo sombra y se dedicó a garabatear palabras inconexas.
Estaba convencido que
al final, ante la mudez de un cielo sin sentido, no tendría que peregrinar para
encontrar las puertas del infierno, siempre que ese concepto, como tantos
aprendidos, fuese real.
El GPS de su
existencia le acabó por marcar las coordenadas geográficas y la situación
exacta para tan desagradable final.
Aunque, pensándolo
bien, no necesitaba para nada el infierno, ya tenía bastante con su propia
soledad.
La tierra donde nací,
se ha desintegrado en
la nostalgia,
ha naufragado en los
recuerdos
y ha terminado
ahogándose
en un mar de
despedidas,
donde brilla una luna
de ausencias
y racimos de estrellas
destilan lágrimas de
sal y sentimientos.
Aquello que fue
un presagio de azules
y blancos,
al frescor de una
patio emparrado,
donde los cantos de
los sueños apenas se escuchaban
en los tristes días
grises de temor y desespero.
Había que tener la
calma de la espiga,
que no se estremece
con el viento,
para aguantar la
certeza
de que las horas y los
sueños eran
un quedarse sin voz y
sin latidos,
mientras el hastío
trepaba por las enredaderas.
Menos mal que al fondo
me esperaba
un renacer de brisas,
una erupción de azules,
la esperanza verde de
una vida nueva,
como un reencontrado
paraíso.
… y se hicieron
posibles los deseos,
y la vida se fue reinventando
a golpes de tareas y
de versos.
De nuevo nacieron las
sonrisas
y oreamos al sol
nuestra ganas de vida.
A la sombra alargada
de palmeras,
encontré la libertad
que perseguía.
Y fue un milagro
conjugado a cuatro voces.
Ahora la existencia
es,
una canción que
entiendo,
y cuando se van
quebrando los calendarios,
le doy gracias a la
vida
y a este mar que me
cuida y que me abraza.
Durante el día
el aire se desgarra
ansiando luna.
Baila la lluvia
un minué de luto
en los tejados.
Solo amanece
cuando la alondra canta
y el sol se asoma.
Blancor de luna
en silenciosa noche
el mar respira.
Al alba siempre
el canto de la alondra
revive sueños.
Perros ladrando
ahuyentan los fantasmas
de los recuerdos.