Fotografía
de Martin Gallego
La tarde no invitaba a salir y seguramente la
tristeza de su cielo plomizo, había espantado a las musas que, casquivanas como
siempre, se habían marchado a buscar otras mentes más propicias.
Aburrido, decidí pasearme por esta pantalla que
suele ayudar a que el tiempo pase más deprisa.
En la segunda bocacalle a la derecha, me topé de
frente con esta mano, que me hizo dar un respingo.
Me impresionó en principio, pero uno ya es mayorcito
y no iba a ser lo suficiente temeroso y ridículo, como para dar la vuelta y
correr.
Quieto ante ella, la miré fijamente.
Aquella mano vestida de negro, tenía más de máquina
depredadora que de algo vivo y con latidos.
Sus dedos con vocación de garras, se remataban en
unas uñas sucias, como terminales de odios dispuestas a arañar en su provecho.
Ni las arrugas, ni los vellos erizados, le daban un
ápice de humanidad a esa mano hecha para el dolor.
Me figuro la palma de esa mano con una M grande
marcada, como un presagio de muerte, mientras se cierra haciéndose cárcel.
Y dentro, resistiendo la tensión asfixiante de esos
barrotes, una flor que ha perdido el color que la define, pero que sigue viva
ofreciendo un aroma del que nada entienden esos garfios mandados por el odio.
Ni siquiera la tristeza de esa mano casi simiesca,
le resta belleza a la flor que, falta de colores, consigue enseñarnos su
hermosura.
La pregunta es: ¿quién maneja esa triste máquina?,
¿quién da las órdenes para que esa mano, hecha para la caricia, se haya
convertido en terminal del odio?, ¿qué delito ha cometido esa rosa, para
merecer castigo?
¿Pertenecerá esa mano a alguien al que le han
enseñado mal y sigue creyendo que, algo que solo ha nacido para hacer felices a
los hombres, puede ser sojuzgada por tratar de irradiar su perfume al resto de
la humanidad?
¿Nadie le ha
enseñado, o no ha querido aprender, que no se puede ser dueño de la voluntad de
una mujer, del perfume de una rosa, ni de la belleza de una estrella?
Me da miedo pensar que esa rosa que trata de
mantener su hermosura contra dolor y la nausea,
sea apenas un capullo que comienza a derramar su belleza con la alegría
elemental y sana de quien empieza a la vida.
Y más miedo me da, que el dueño de esa mano, tenga
careta de hombre sonriente y alma de asqueroso depredador y haya podido
confundir la candidez de la pureza de
esa rosa, con soeces argumentos para su mente enfermiza y criminal.
Y también me da miedo pensar que quien puede tener
la potestad para poder evitar el dolor de ese capullo, pierda su tiempo en
otros prosaicos menesteres, atendiendo consignas que de nada sirven a su
conciencia, en vez de cortar de raíz el odio de esa mano, siempre dispuesta al
dolor.
También puede suceder que el dueño de esa mano, le
haya prestado a la misma su alma de hierro y máquina, su condición de
depredador de belleza. Puede que el humo con que adoba sus sueños de poder,
haya sido el que ha llenado de hollín la primigenia blancura de la mano.
Puede que al tratar de matar esa flor, lo que
pretende es borrar los olores que hacen bella la vida, que la naturaleza pierda su paleta de colores, y que en aras de sus desmedidas ansias, todo termine tan negro
como esa mano y la conciencia que la maneja.
¡Que tarde más triste!. Vuelvo la esquina, me dirijo
a otra calle y el dolor de esa imagen de ira me sigue persiguiendo.
Amigos, este
es mi deseo: ¿me queréis ayudar entre todos a liberar a esa rosa que no tiene
culpa de nada, de la garra sucia y sin alma de esa mano que siempre tiene dueño,
aunque no tenga agallas para dar la cara?