La tarde se escondía, aterida de frío,
entre los recovecos oscuros de las sombras incipientes.
Mientras recorría la desconocida
luminosidad de las calles repletas de luces y sonrisas, su precaria presencia
se difuminaba en la propia poquedad de su figura.
Todavía temblaban sus famélicas y negras
carnes, más que por el frío de una noche de enero, por el recuerdo intolerable
de un viaje a la felicidad, que se había saldado con muertes y fracaso.
Sus escasos 12 años, habían soportado la
locura criminal de un viaje sin sentido, pero en el calvario de ese triste
trayecto a ninguna parte, había perdido al hermano con el que empezó la odisea
y que ahora era solo dolor hecho recuerdo y muerte lacerante entre algas y
arena de una playa olvidada.
Su frío no le llegaba de fuera, le nacía
del alma y ponía pespuntes de escarcha en cada entresijo de su cuerpo.
Ni siquiera sabía cómo había sido
posible llegar hasta donde ahora se encontraba. Sus pies ya sabían de agua
helada, arena desconocida, asfalto enemigo y pasos evasivos.
Sus viejas zapatillas de deporte, tiesa
de soles, salitre y sudores, hartas y cansadas de huidas, le llevaban ahora por
la acera segura de una calle repleta de luces.
Un hambre de siglos, pero dolorosamente
renovada, se hacía punzada de deseos ante los surtidos escaparates que
adornaban la acera, en contrapunto doloroso del vacío de su estomago.
Al torcer una esquina, se topó con una
muchedumbre que miraba expectante el variopinto colorido de una cabalgata.
Antorchas, carrozas, camellos, pajes,
camiones llenos de juguetes y luces, muchas luces.
Desde una de las numerosas carrozas que
adornaban la comitiva, un montón de muchachos de su edad, vestidos con trajes
antiguos, bombardeaban las aceras repletas de gente con una imparable ráfaga de
caramelos y dulces.
Vio como los niños y mayores que
presenciaban la comitiva, se arremolinaban para recoger los dulces y golosos
proyectiles.
El hizo lo mismo, pero no pensando en la
golosina apetitosa para cualquier niño, sino en que aquella era la oportunidad más
cercana de saciar su hambre. Logró hacer acopio de un buen número de
dulces que apretaba con fuerza en su mano. En la siguiente lluvia dulce
proveniente de otra carroza, fue a hacer nueva recolecta, con la mala fortuna
de intentar coger uno, que ya había sido visto por un rollizo niño de botas y
bufanda. Su llanto al no conseguirlo, llamó la atención de su padre.
Con empujón y un certero golpe en las
manos, hizo que los caramelos del niño negro hambriento y triste, cayeran al
suelo y fueran recogidos por el resto de la chiquillería.
Asustado, dio unos pasos atrás y se
acurrucó en la pared. Más que quedarse sin caramelos, para mitigar su hambre,
le hubiesen dolido las palabras de aquel hombre, de haberlas podido entender:
<< El negro de mierda, ¿pues no
quería quitarle los caramelos a mi hijo? >>
Desde la acera, el “negro de mierda”
miraba una rutilante estrella colgada de una carroza, estrella que por cierto
no señalaba ningún camino que llevara a la dignidad.
En una carroza, un hombre de su mismo
color, vestido con costosos ropajes, con un reluciente turbante de vistosa
seda y rodeado de sonrosados niños, saludaba con una mano enguantada.
El niño negro, lo miró fijamente a
través de sus lágrimas. El rey Baltasar volvió la cabeza sin poder resistir su
mirada. Supo al momento que el “negro de mierda” ya había notado que su color
era un engaño. Chafarrinones de carbón trataban de enlutar su cara, sin
conseguirlo.
El azabache del dolor, la densa negrura
del hambre y el oscuro de la pena, están de verdad en la cara de ese niño negro
que llora en la acera, apartado desde siempre de una fiesta en la que se habla
de amor y de felicidad.
Cuánto dolor ancestral, cuanta verdad que no se quiere ver, cuánto egoismo queda en evidencia en estos días.... Tu excelente relato nos interpela, porque hay gestos mínimos en los que también pecamos de tanta indiferencia...
ResponderEliminarUn golpe bien dado en el estomago de nuestros bien cuidados y egoístas cuerpos....
un fuerte abrazo
Hola Juan ! Cuánta verdad y cuánto dolor encierran las palabras de este texto tan duro. El racismo es uno de las más estúpidas ideas que alguna mente obtusa pueda albergar. Nunca lo entenderé. ¿Cómo puede un ser humano ser tan cruel ? No soy tonta ni vivo en una burbuja pero a veces quisiera ser boba para ver sin entender porque estas situaciones duelen mucho. En mi tierra no hay negros pero sí hay mucha gente , la que vive en las villas, los "villeros" que son tratados de la misma manera que tu negrito. Te juro que lo veo , como si fuera "de verdad". ¡Mucho dolor innecesario ! Admiri tu valentía para escribir así y no morir en el intento.
ResponderEliminarToda mi admiración.
Un abrazo gigante.
Niños negros, blancos, amarillos, desnutridos, enfermos... moribundos. Matados por el egoismo de los que los rodean y no sólo en esos días sino todo el año.
ResponderEliminarJuan... no te lo digo porque lo sabes... ¡ojalá, no tuvieras que escribir más textos como éste!
Un gran abrazo.
Un texto real y duro a na vez que resalta las desigualdades del mundo y pone de manifiesto nuestra deshumanización.
ResponderEliminarMe ha llegado al alma este cuento. Me ha estremecido. He podido ver toda esa negrura injusta caer sobre el muchacho. Creo que toda la escena, tan precisa y bien narrada, me vendrá a la mente cuando recuerde la famosa cabalgata. Porque éste es uno de esos cuentos reales que no pueden olvidarse.
ResponderEliminarY sensacional también el poema que me has dejado sobre el mar. No he podido evitar ponerlo en la entrada. Me encantó. Espero que te parezca bien.
Un gran abrazo :)
Es una historia tan triste como real y existente. No queremos ver todas las desigualdades, injusticias, atropellos y sinrazón que hay a nuestro alrededor, pero de algún modo durante años y siglos, nos hemos ido protegiendo y escudando de estos males para no sentirlos y padecerlos. Me ha gustado la situación y el momento concreto, donde todo es ternura, cariño y atención con los más pequeños y de qué modo nos olvidamos de los que nos necesitan.
ResponderEliminarun abrazo
Y así se escribe y asi se narran verdades crueles que no terminan de ocurrir.
ResponderEliminarEres honesto ¿en una noche de reyes de mentira porque no contar verdades?
Te admiro,
Besos muy fuertes, querido compañero del que aprendo
tRamos
En realidad es la viva imagen de lo que hemos conseguido hacer de estas fiestas: Un festín al que no todo el mundo está invitado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me ha conmovido enormemente tu relato, Juan. Ojalá ese niño encuentre un desarrollo feliz para su historia.
ResponderEliminar=)
Volarela ha publicado un poema suyo sobre el mar. Grande es la sensibilidad de Volarela y veo que no ha podido evitar compartir con sus lectores y admiradores -entre os que yo me cuento- tan hermoso texto poético. Esta ha sido la razón de mi visita. He visto que publicas prosa pero con la sensibilidad y el corazón de un poeta. Si me lo permites, voy a tomar nota del link de esta página para estar al tanto a medida que vayas publicando. ¿Puedo?
ResponderEliminarSaludos cordiales. Franziska
A LAS BUENAS, maese Juan. Es muy duro, aunque conozco personalmente a gente muy buena que se destroza las manos por paliar todo eso. Lo triste es que no somos suficientes y muchos de los que podrían arrimar el hombro (hablo de gente que conocemos en persona) y el bolsillo, silban y miran hacia otro lado. Y me hierve la sangre.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo para ti y tu familia de nuestra parte, hoy en especial para tus nietas.
El niño que conservas en tu interior se siente muy confortado y bien atendido ya que dispone de todo el ensueño y fantasía de tu excelente imaginación.
ResponderEliminarun fuerte abrazo :)