jueves, 20 de abril de 2023

JUBILADO


 

Aunque se sentía con fuerzas suficientes para seguir, no le quedó más remedio que aceptar las palabras del que en realidad mandaba,  (se resistía a llamarle CEO), en su holding de empresas.

En la Junta General Extraordinaria que presidió, acepto la renuncia y el nombramiento de uno de sus hijos como sucesor.

Y pasado un tiempo, empezó a notar que la tranquilidad era la tónica de su devenir en la vida.

Ya no presidía reuniones de trabajo, no necesitaba viajar en su avión privado a las rutas marcadas con una chincheta en el mapa de sus múltiples tiendas dispersas por el mundo.

Ni siquiera tenía que ocuparse de la fundación que le hicieron crear, con el argumento de que algo ahorraría en sus impuestos.

De pronto, comprobó, que no tenía nada que hacer.

Había estado tan ocupado, que olvidó aquellas cosas que antes le hacían feliz.

A pesar de que el teléfono había dejado de sonar, a pesar de que el “planing” de su secretaria estaba en blanco y todas las horas le pertenecían, ahora no sabía cómo llenar el tiempo que se le escapaba entre los dedos.

Antes suspiraba por unas horas para dedicárselas a sus nietos y ahora que tenía todo el tiempo del mundo, sus nietos estaban ocupados en otros importantes y provechosos menesteres.

En su pueblo, era reconocido por su altruismo y generosidad, pero apenas tuvo tiempo para asistir a los homenajes que en su honor le habían programado y ahora que podía, sus músculos le negaban el placer de la visita.

Menos mal que cada lunes, acompañado de su chofer, visitaba un “mercadillo”, igual a aquel donde empezó todo y donde era capaz de recordar que la felicidad no necesita de grandes alharacas y además, casi nunca cotizaba al alza en las bolsas.



miércoles, 12 de abril de 2023

¡¡¡ PROTESTO!!!


 

Todo podía haber sido de otra manera.

Podía haber nacido, cuando la libertad no era un sueño irrealizable.

Cuando las vicisitudes, los odios y los bandos, coloreados de azul y rojo, habían dejado de existir.

Reniego de la infancia perdida, entre miedos terrenos y celestiales, con los que algunos trataban de pastorearnos.

Podía no haber nacido, en una época en la que se gastaba más en monumentos funerarios que en escuelas.

En el que las cunetas hubiesen servido, solo para transitar y en sus cercanías, la vida se embelleciera con flores de cardenchas, margaritas y amapolas.

Haber llegado al mundo, cuando el bicarbonato no era necesario, ni para solucionar un hartazón de uvas en agraz, ni para un necesario lavado de dentadura.

Si me comparo con mis nietas, compruebo que el viaje más largo lo hice a los 15 años, en un autobús a Toledo.

Me quejo de que pasaron 18 años de mi vida, sin conocer el maravilloso y benéfico regalo de este mar, sin el que ahora no podría vivir.

Quisiera haber nacido, cuando las bibliotecas no estaban expoliadas y en sus anaqueles se notaba la falta de libros necesarios que aclararan nuestras dudas.

Quisiera haber nacido, cuando la mujer es cada vez más dueña de su vida y sabiendo labrarse sola su destino, sin ninguna injerencia del sexo opuesto.

Nací cuando, ante la alegría, siempre había un cartel en el que rezaba “prohibido el paso” y el color de moda era el gris marengo tirando a negro.

Reniego de aquel zangolotino que fui, imbuido por las enseñanzas, retrógradas e imperiales, de una educación que solo pretendía hacer borregos seguidores y seres adocenados.

Es triste haber nacido cuando, mientras el pan y el arroz  se racionaban, un beso de cine era “altamente peligroso”, el “Auxilio Social” te daba de comer si pasabas por el aro y puestos “cara al sol” no eras dueño ni de tu sombra. Mientras todo esto pasaba, digo, se escribía una historia apócrifa que, desgraciadamente, aún perdura y hay quien quiere reeditarla.

 

Todo esto reprocho, y algo más que se queda en el tintero, aunque bien sé y me consta, que la vida que vivimos, no admite departamento de quejas.

Todo lo que he aprendido durante tantos años, incide en lo que, a pesar de todo, es verdaderamente importante y transcendente: seguir viviendo y tratar de corregir aquello que no nos gusta.

 

 


sábado, 8 de abril de 2023

EL ENCUENTRO EN VALDEPEÑAS ( CONTINUACIÓN )


 

La noche se hace negra en las esquinas,

con su silencio irrevocable y frío.

La luna, con su curiosidad difusa,

apenas ilumina la fachada de la iglesia.

 

Dentro,

un rumor de nerviosos latidos femeninos

con emoción de mariposa y fortaleza de espiga,

acarician los repujados varales de un cimbreante trono

de una madre solitaria en busca de un hijo que sufre.

 

La puerta se hace luz

y de nuevo empiezan a doler las emociones.

 

A la plaza, ahíta de negrura,

le nace otro oasis de claveles y velas

y una extraña turbación, desconocida,

tirita en la fría soledad de mi contorno.

Una madre, enlutada de sombras,

ha bajado de su desconocido cielo,

desencajada y llorosa,

para saber de un hijo que sufre,

traicionado y vendido.

 

(Y no me lo han contado,

pude verlo ayer, jueves por la tarde, cerca de mi casa

prendido por una turba de soldados y judas)

 

Se completa el retablo

y en la noche de un Valdepeñas doliente,

a pesar de músicas y fanfarrias,

a  cada uno de nosotros nos duele muy dentro

ese dolor de madre que sufre y llora.

 

No sé los demás, pero para mí quisiera,

que al igual que este hijo, a la hora de mi muerte,

mi madre volviera a renacerse,

como lo hacen las rosas en primavera,

y con su perfume besase

la macilenta cara de este hijo suyo

que ya no sabe de milagros desde que ella se fue.

 

La representación ha terminado.

Con el filo brillante de la saeta,

se apagan las últimas lágrimas

y vuelve a encenderse el alumbrado.

 

Ya no huele a cera derretida, ni humo de velas.

La procesión se va por otros vericuetos.

 

Y empieza a florecer otro extraño día

de esto que, incongruentemente,

llamamos primavera.



 

 

 

 

 

 

 


viernes, 7 de abril de 2023

EL ENCUENTRO EN VALDEPEÑAS


 

Perdonar la repetición, pero el recuerdo de lo vivido ha pesado más que la difícil creatividad que se pierde con la ausencia.

Esto lo publiqué en el año 2018, pero, al menos, a mí me sirve.

 

 

“EL ENCUENTRO” EN VALDEPEÑAS.

 

 

Sin hacer caso a los pronósticos,

la “madrugá”, se tiñe de incienso o niebla.

Un olor a anís y cera derretida,

señalan los caminos que llevan a la plaza.

 

En la noche oscura, un siseo de temblores.

 

Mientras, torre iluminada arriba,

un reloj que acompaña los latidos

se va acercando inmisericorde

a la hora exacta de la emoción y los lirios.

 

Las rutas y los corazones

se han quedado sin luces.

 

Calle de la Virgen abajo, un siseo

de pasos que se arrastran

y un temblor de velas encendidas,

anuncian que se acerca el momento de la magia.

 

Los primeros y nerviosos capirotes azules

nos anuncian la llegada

del que dicen que es el gran protagonista

de esta noche oscura

y de otras no menos funerarias.

 

Acompañado del silencio,

y del temblor frío de los cirios,

con el paso que le marcan

un puñado de sufrientes hermanos,

un cuerpo con espasmos de junco dolorido,

se hace dueño del silencio

alanceando corazones

y dejando lágrimas a la intemperie.

 

 

Entre una maraña de nubes,

se asoma la luna, tímida y vecindona.

 

 

 

                               (Continuará)