Al
igual que a cualquier hijo de vecino, a aquel Rey Mago le creció la prole. Las
hijas pasaron la edad del pavo entre colegios de pago, recepciones y puestas de
largo, donde conocieron a otros jóvenes (todos pretendientes, de pretender) y
como suele sucederle también a los de sangre de color normalizado, acabaron por
enamorarse.
La
más guapa de las hijas, de larga melena rubia y ojos que irradiaban simpatía,
terminó por enamorarse de un atlético caballero, ganador de múltiples trofeos
en la casi totalidad de juegos y justas deportivas en los que participaba.
A
pesar de no ser de estirpe noble, a la familia del Rey Mago no le quedó más
remedio que acceder al desposorio, ya que el joven, por los motivos antes
citados, contaba con todo el cariño y las simpatías del pueblo llano.
Al
poco el palacio del Rey Mago, se alegró con la risa cantarina de nuevos y encantadores componentes de la real
familia, dando fe de la virilidad paterna y la contrastada lozanía de la nueva
pareja
Es
de todos conocido el trabajo y la dedicación de los Reyes Magos, pues si bien
su presencia suele ser efímera y en unos determinados y escasos días concretos,
no es menos cierto que deben dedicar el resto del año a la preparación de su
real tarea, visitando fábricas de juguetes, preparando el operativo de su largo
viaje y lo más importante, buscando la necesaria financiación para su
benemérita causa a favor de los niños.
Ansioso
de colaborar en la ingente tarea de la familia real, el nuevo inquilino de
palacio se ofreció para ayudar en tan
cansada y altruista tarea a su ilustre suegro.
Aprovechando
el conocimiento de países y personajes tratados durante su anterior etapa de
deportista y gladiador, se ofreció para, desinteresadamente, socavar favores y
financiación, con el fin de aligerar la
carga económica de palacio.
Y
a ello se dedicó con demostrado acierto
y provecho, utilizando todo su tiempo (que era mucho) y todos el encanto (del
que estaba sobrado), en tan noble y plausible causa.
Todo
marchaba a pedir de boca, con el beneplácito del reino y sus representantes,
hasta un buen día en que salieron a la luz ostentosas irregularidades de las
cuentas particulares del combativo y conseguidor yerno y su bella esposa.
Dice
el pueblo llano que mala cosa es comenzar un melón, pues una vez abierto, hay
que llegar hasta las semillas.
Y
esas primeras irregularidades devinieron en hechos punibles, patrimonios
desorbitados, capitales escondidos y lo que es peor y más doloroso, el
aprovechamiento de la figura del Rey (su suegro), en la consecución de esas
espurias ganancias.
La
anterior simpatía, se quebró de inmediato y el pueblo llano, que nunca puede
aprovecharse de estas canonjías, puso el grito en el cielo y la rabia en el
suelo, pidiendo explicaciones. No era de recibo que tales desmanes no hubiesen
llamado la atención de aquellos, que por su rango y magisterio estaban en la
obligación de dar ejemplo.
Los
reyes, que suelen ser silenciosos por naturaleza, rehusaron hacer declaraciones
al respecto.
Fuera
de los territorios de este Rey Mago, un
Papa Noel, más democrático, representativo e igualitario y menos
endogámico y solariego, no dejaba de frotarse las manos.
Más
pronto que tarde, las agencias de calificación le subirían a triple A y su
boyante marca teñiría de verde los paneles de la bolsa, dejando en entredicho y
en cifras mareantes la prima de riesgo y la vetusta y anacrónica personalidad
de esa realeza anclada en el pasado, que no daba muestras de saber orearse al
vivificante relente de los nuevos tiempos.
Tras
otros sonados, pero demostrables hechos acaecidos por parte de la realeza, se dio
el paradójico hecho, de que muchos de los retoños reales, esperaban al pie de
la chimenea los regalos de un Papa Noel que, al menos, no los sonrojaban.