Tuve la suerte de ver
una de las pocas representaciones que en el año 1.969 se dieron en Madrid, de
la obra El Tartufo de Moliere.
Se estrenó en ese año
dicha obra en el Teatro de La Comedia, bajo la dirección e interpretación de
Adolfo Marsillach.
Al régimen no debió
gustarle lo que proponía el autor francés, haciendo todo lo posible para que, a
pesar del éxito, durase en cartel lo menos posible.
Me he acordado de este
personaje, a la vista del lamentable espectáculo que están dando los políticos
actuales, después del repetido veredicto de las urnas.
El personaje de
Moliere, representa la hipocresía, la falsedad y la codicia. Y me lo ha traído
a la memoria, el comportamiento de unos líderes políticos españoles, patriotas
de pulsera y banderas en el balcón, que con su ambición desmedida y su
egolatría, solo saben hablar de vetos y bloqueos, sin importarle en absoluto el
mandato de las urnas, los ciudadanos y mucho menos aún, aquello que no hace
mucho defendían.
Estos manipuladores y “trileros” de vía estrecha, se ciscan en
sus palabras sin mover un musculo de la cara y sin que, por lo visto, nadie se
lo tome a cuenta.
Esos trapaceros, con
traje de Armani, que están dispuestos a abroncar a quien no piensen como ellos
y que dan su palabra como si fuera de ley, y al poco se comportan haciendo todo
lo contrario, de lo que dicen.
Estos jóvenes
políticos que perdieron el rumbo y la sensatez y que son capaces de cualquier
cosa por conseguir su prebenda.
Los que vinieron para
renovar el clima político tan desprestigiado y ahora no dudan en conchabarse
con aquellos que lo promovieron.
Los que hablaban de
las excelencias de las listas más votadas y ahora no se separan de la
calculadora para sumar lo necesario venga de donde venga. Siendo capaces,
mientras cuentan ovejas, de meter de tapadillo algún que otro lobo, sin
importarles que, esos sí, pueden acabar con el aprisco.
Los que querían
suprimir las Diputaciones y ahora trapichean hasta con el demonio, para conseguirlas.
Los que niegan lo
evidente y nos tratan, a nosotros que los mantenemos, como si fuéramos idiotas.
Hablaré de mí. Vengo
de un tiempo donde todo estaba claro y establecido, donde se obedecía y punto.
Durante mucho tiempo
soñé con los partidos políticos y el necesario intercambio de ideas, para que
entre todos, pensasen como pensasen, se pusieran de acuerdo para que la vida
nos fuera distinta, pero estos “adolescentes
caprichosos”, pero lo que es peor, irresponsables, van a hacer posible que
termine por odiar la política y me aficionaré al circo, donde a los payasos, se
les conoce nada más salir a la pista.
En el Tartufo hay un personaje, Dorina, una criada alegre y valiente y
que actúa con el sentido común necesario, como para desenmascarar a Tartufo.
Esta España de ahora,
necesita muchas Dorinas, para poner en el sitio que corresponde a estos
elegidos embaucadores, candidatos oportunistas y políticos indecentes.