No puedo resistirme a repetir esta entrada que ya publiqué hace
más de 10 años. Los miro cada mañana y solo encuentro la propaganda de alguien
que solo quiere volver a tapizar mis sillones.
A los buzones se les
ha helado la sonrisa. En el muro, como nichos perfectamente alineados, enseñan
su esquela, rodeada de herrumbre y polvo y algunos muestran la negrura de su
fondo, como si hubiesen sido profanados.
Los buzones están
tristes. A su interior no llegan ya ni sonrisas ni esperanzas y entre el moho
que pone cerco a sus rincones, se dibuja el tedio de esta nueva vida plena de
ausencias y fracasos.
Las viejas palabras
alineadas escritas con letra temblorosa, han cogido otro medio de transporte y
ya no se posan, blancas y generosas, en estos cofres con tesoros que esperan
ser descubiertos.
Ya no llegan hasta
ellos, esas cartas que la madre recogía temblorosa y después de besarla, la
apretujaba sobre su pecho, para darle calor a las titubeantes palabras del hijo
que dudan entre, la cruda realidad de sinsabores por la patria y el dolor que
la verdad puede causar en la familia.
Sus entrañas no le dan
calor a esa carta con cuidada letra, en la que se habla del pudoroso pero
desbocado amor, de una joven que termina por perfumar su firma con un beso rosa
estampado y con una lluvia de círculos y cruces que tras su colorista candidez,
esconden un rosario de ansias y deseos.
Ni siquiera el gozo de
esa tarjeta postal que habla de tierras lejanas, cuando ya el viaje ha
terminado y que al recibirla, les hace rememorar recuerdos a los remitentes y
ya no emociona a los destinatarios.
O el milagro, pocas
veces repetido, de ese giro postal, que es como una lotería que te toca, sin
saber siquiera que has jugado.
El viejo buzón
desvencijado ha dejado de ser el cajetín de los deseos, y no es tampoco el
cofre que guarda sobresaltos.
Ahora permite en su
hueca y triste nostalgia, en su abierta encarnadura, que dentro se aposenten
interesadas octavillas que hablan la compra de ese oro que ya tan pocos tienen
por estas latitudes.
Dentro se amontonan
cartas resabiadas con ostentosos membretes que acucian al ahorro bien remunerado, escondiendo entre su prosa las
obscenas ganancias del que firma.
Y cada vez, con más
repetida frecuencia, sobres de distintos colores y con distintos anagramas, que
hablan de programas electorales con olor a naftalina, solo pensados para el
voto y la urna, escritos con palabras tan rimbombantes como mentirosas.
Palabras y promesas
que después quedan tan obsoletas como este buzón y su desangelado mutismo.
Me producen tristeza estos buzones vacíos. Aquellos que fueron albergue de sentidos
secretos, son ahora desperdicios de los sueños.
Sería bueno que
tiñéramos la soledad de estos buzones con un poco de poesía, que fuéramos
capaces de descerrajar los candados de la tristeza, dándoles una vida nueva,
como a Lázaros del silencio.
Escribid una carta,
como aquellas de antaño. Hablad de proyectos, de viajes imaginarios, de amores
posibles. Dirigirla a una madre, a una mujer que ama, al que persiste en sus
sueños, al amigo de siempre, al que espera un milagro, al que se aferra al
último clavo, a los que esperan la primera risa o están duchos en tristezas.
Escribid esa carta y
ponerla en ese buzón triste, a ver si de esa manera, al menos, en ese vestíbulo
donde la tristeza y la soledad habitan, empieza a resonar la vida.