Una barca varada en la
arena con un nombre borroso en la quilla.
Un marinero en tierra
que empieza a olvidar las singladuras y un poema en mente, que duda entre el
verde de un majuelo y azul festoneado de espumas del mar que tanto necesita.
El verso no atiende a
los latidos, mientras busca en su pasado las palabras necesarias que le salven
de la amarga soledad de la tristeza.
La pluma se resiste al
milagro y ni siquiera la brisa, siempre compañera, desbroza las ideas y pone
contrapunto a las veletas.
Perdido entre telarañas de silencios, el marinero,
con su triste desolación acuestas, abandona la playa y sus destellos y
vacilante de pasos, busca el trascacho del hogar y sus brisas programadas.
Son mis vacaciones.
Espero que a la vuelta las musas me sean más propicias y
al calor del otoño, los versos caigan como hojas doradas que aletean contra el
viento.
De lo contrario, este
marinero pondrá fin a la singladura, abarloará su barca en un abrigadero y si el
tiempo lo permite, se dedicará a leer poemas que escriban los demás.
Hasta la vuelta.
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