Esta entrada la escribí en el tiempo que estuve privado de ordenador. Aunque han pasado unas fechas, creo que todavía está de actualidad, por lo que me decido a publicarla.
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Mientras
se preparaba una importante demostración de hartazgo y rabia contenida
alrededor del Congreso de los Diputados, en Madrid, el Sr. Rajoy, hombre de
acrisolada y comprobada rectitud y fiel cumplidor de sus compromisos, guiado por la figura menguante del Rey
Borbón, se marchaba a Nueva York, con el encomiable fin de dar brillo y
esplendor a la marca España.
Atrás
quedaban, olvidadas en el baúl de los recuerdos vergonzantes, festivas
cacerías, elefantes tiroteados, toros alanceados, flirteos de altos vuelos y
baja moral, amistades altamente peligrosas, olvidadas promesas, corrupciones
consentidas, enriquecimientos fulgurantes, aviesas y lucrativas componendas de
familiares egregios.
Para
la ocasión, se sacaba del basurero la antigua y vilipendiada Alianza de las
Civilizaciones, se limpiaba del orín y la mugre
con la que la combativa muchachada pepera la había manchado durante la
oprobiosa época Zapatero, se le daba un
falso barniz de modernidad, se le cambiaba el nombre, por lo que pudieran
decir y !“Voila”!: !Estos son mis
poderes!
Se
adereza esto con un poco de !Gibraltar español!
y éxitos deportivos y seguro que
el capital norteamericano, fondos de inversiones y casinos de las Vegas
incluidos, se vuelca anegado de dólares el sufrido solar patrio.
Antes
de preparar las banderitas y los sombreros cordobeses para los alcaldes, antes
de que los altavoces llenen los pueblos
de airosos pasodobles en honor de los posibles Mr. Marshall, el Sr Rajoy tuvo un recuerdo y un sentido
agradecimiento, para los españoles que no se sumaron a los cabreados de la
plaza de Neptuno, dando a entender que aquellos que no asistimos somos los
“buenos” de su película.
Le
diré algo obnubilado presidente: mientras usted se fumaba un buen habano
paseando su palmito por las aceras neoyorquinas, yo me dolía con cada porrazo
que la bien aleccionada policía endilgaba a todo aquel que se cruzara en su
camino, aunque fuera un simple viajero que espera su tren en un andén de cercanías.
Yo,
en mi mesa camilla también hacia mío cada grito, cada eslogan, cada cartelón
reivindicativo. Mis manos también estaban desprovistas de armas y de odios. Al
igual que ellos, solo pretendía
hacerme notar, sentirme participe de un
pueblo del que se dice que vive en democracia y al que no dejan de “chulearlo”,
al que se le echan los perros policías vestidos de oscuro y odio, tratando de
que seamos buenos súbditos y traguemos sin rechistar la bazofia ideológica y
moral que se nos sirve cada día.
Pretendía,
al igual que muchos, bastantes más e los que a usted le gustaría, que entendieran de una puñetera vez que los
que se sientan en los escaños del Congreso, lo hacen en nuestro nombre.
Pretendemos que se comporten como nuestros servidores y sean nuestra voz, para
que no tengamos que rodearlos y recordarles sus olvidadas promesas y sobre todo
la sonrojante suficiencia con la que se comportan, mientras que como consumados
trileros, nos enseñan la bolita en el vaso y con la otra mano nos escamotean
los derechos adquiridos, las metas conseguidas. Absortos como estamos con el
vaso de plástico de la bolita, no nos damos cuenta de que nos están llevando,
sin enterarnos, a la sociedad que ellos pretenden, pero que no son capaces de
ofertar en sus programas, porque saben que los correríamos a gorrazos.
Mire
Sr. Rajoy: por lo que a mí respectas no le acepto el homenaje que tan
graciosamente nos dedica a los que no se manifiestan ante las decisiones
de
su ejecutivo. No asumo los sacrificios.
No
tengo más remedio que aguantarme, ya que un numeroso grupo de compatriotas
míos, (yo, desde luego no), le ofreció su voto, porque creyó en su palabra,
porque aceptó el mantra de que usted sabía lo que tenía que hacer, para
sacarnos de la crisis. Y es verdad que lo sabía. Pero no era lo que nos
ofertaba en su campaña.
Su
buen hacer, nos decía, iba a dar confianza a los “mercados” y rápidamente
volveríamos al lugar que nos corresponde.
Y
en eso estamos. Al borde de la quiebra,
copando los titulares y las portadas que nos señalan como los mas pobres de Europa.
Siempre
le quedará a usted y a los suyos el
fácil estribillo de la herencia recibida.
Y
así seguiremos, oyendo a un gobierno que no sabe y no contesta, que capea el
temporal, pensando en las elecciones que se avecinan, sin importarle lo más
mínimo lo que piensa y dice el pueblo que les eligió para gobernar.
Y
soportando a una oposición que dejo de serlo en el justo momento en que se
cisco en sus principios y paso a ser, ella también, un monigote en manos de esa
Hidra de siete cabezas llamada “mercado”, sin que se vislumbre en el horizonte
un mitológico Heracles, dispuesto a cortar sus antisociales designios.
Yo
no estuve, pero no me insulte, apropiándose de mi pensamiento.
Estuve al lado de los que protestan por
no sentirse representados, por una pléyade de políticos vividores que solo se
acuerdan de nosotros cuando necesitan nuestro voto.
!!!
Olvídeme y siga disfrutando su puro Don Mariano!!!
Son una partida de desvergonzados. Y encima les molesta el auto del juez Pedraz.
ResponderEliminarBesitos
pfff!
ResponderEliminaresta mañana pensaba que en los países latinoamericanos vamos de desilusión en desilusión en cada elección...hace unos meses en México y hace unos días Venezuela, pero supongo no somos los únicos que soportan malos gobiernos.
Saludos Juan y me ha interesado tu post.
Cuando escucho al vicesecretario de organización electoral Carlos Floriano, solo siente vergüenza del paisano, desagrado ante sus afirmaciones y comparecencias y hartazgo de sus excusas, mentiras y pretextos. Bueno, pensándolo bien siento lo mismo al escuchar a la inmensa mayoría de políticos que tenemos en nuestro país. Ahora que en Galicia y en el País Vasco están en precampaña, cuando escucho a unos y otros solo siento desconfianza, algo de repugnancia y aunque pertenezco a la mayoría silenciosa, tengo un deseo irrefrenable de gritarles y decirles que lo dejen ya, nunca cumpliran sus promesas...
ResponderEliminarUn abrazo.
PS: También me gustó y agradó mucho este post, tan sincero, realista, acertado y razonable.
A las cosas hay que llamarlas por su nombre sin eufemismos, Juan. Este país ya está harto de asesores de imagen, toreo de salón y mentidas mal contadas.
ResponderEliminarVerdades como puños las de tu post