Hay prestancia y un
cierto señorío en su acicalada imagen. Desde la distancia un aroma fresco de
Álvarez Gómez, esa colonia que nunca
abandonaste, a pesar de los caros perfumes franceses que tus hijos te regalaban
en Navidad.
Los hombros de tu
chaqueta, están limpios de casposas motas blancas, gracias al cuido de ese pelo
que se deja entrever entre la necesaria bufanda y la chapela benefactora y
caliente.
Una mezcla de vitalidad,
elegancia y presunción, se denota en tu
figura.
Tu paladar con regusto
a café recién hecho (el tabaco lo dejaste, cuando aquél resfriado que se
complicó) ,y a cochura caliente y olorosa.
Tus ojos, espectadores
de tanta vida, se mantienen protegidos por el andamiaje de las gafas,
necesarias y elegantes. Te son imprescindibles, por qué todavía sientes interés
por las cosas que pasan a tu alrededor.
Lo que no puedo
descifrar, es la noticia que te ha hecho parar en tu matinal paseo.
Me gustaría que esa
noticia tuviera la enjundia de tu figura, la serenidad de tu prestancia y la
claridad con la que aprendiste a mirar la vida y obrar en consecuencia.
Aunque ambos sabemos,
que es cada vez más difícil que esto ocurra.
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