El
libro sirve
para
encontrar auroras
cuando
anochece.
El
que no lee
dificulta respirar
las
libertades.
Monos
de feria
buscando
metáforas
entre
los bytes.
Cuando
leía
aquel
viejo pescador
pescaba
estrellas.
El
libro sirve
para
encontrar auroras
cuando
anochece.
El
que no lee
dificulta respirar
las
libertades.
Monos
de feria
buscando
metáforas
entre
los bytes.
Cuando
leía
aquel
viejo pescador
pescaba
estrellas.
Definitivamente, lo
suyo no era la pintura.
De pequeño, ni
siquiera era capaz de hacer con un 6 y un 4 la cara de algún retrato.
Ni era mañoso para el
dibujo lineal, (siempre alguna línea torcida, o una mancha indiscreta y exuberante
de tinta le acercaban al 0 absoluto, en el preceptivo examen de bachiller), y
no hablemos del dibujo artístico que con paciencia infinita y probados
conocimientos, nos enseñaba la profesora de dibujo, topando siempre, a pesar de
sus esfuerzos, con su total incapacidad
para pergeñar al menos algo parecido al motivo que nos servía de modelo.
Creció y pudo
comprobar con envidia, como otros eran capaces de pintar con la sola ayuda de la ceniza de un cigarro, un
poco de vino tinto y una imaginación desmedida, algo bello y distinto que se
mantenía en el tiempo.
Envidió a aquel pintor
de brocha gorda, pero de sensibilidad afilada, que con cuatro líneas de un bolígrafo
y unas sombras sabiamente descuidadas, armaban en la página un cuadro perfecto
de unas ruinas soñadas.
Trató con pintores
consagrados, estuvo en estudios de premiados, comprobó desde el inicio carreras
de artistas que devinieron en imprescindibles, pero de todo aquello, no supo
aprender nada.
O al menos, Minerva o Kora, no fueron capaces de insuflarle
con su aliento, el latido necesario para hacer de él alguien que al menos
supiese representar con algún decoro la belleza que cada día se ponía ante sus
ojos.
Pasaron los años y
trató de trasmitir esa belleza con la ayuda de las palabras, dudando siempre de
si era capaz de conseguir, que esa belleza refulgiera.
Y cuando los otoños de
la vida se agolpaban con machacona insistencia, gracias a una técnica que no
sabía de amaneceres, luces, sombras y latidos, se hizo a la idea que al menos
podría “inventar” primaveras, crear nuevos colores y soñar que las maquinas son
capaces de hacer que los sueños se cumplan.
Sabía que era poco,
pero solo con eso se conformaba.
Aquí supe de la vida
y de todas esas
menudencias
que acaban por poner
el andamiaje
de ese difícil
proyecto
que llamamos
existencia.
Mientras los días,
imperturbables,
seguían a lo suyo, sin
mi permiso,
yo asistía, con un
despertar lento
a conseguir algo que
luego supe,
se llamaba libertad.
Y cuando la inocencia
voló,
con aquellos aviones
de papel de los recreos,
cuando empecé a
traducir lunas,
a encontrar respuestas
en los anaqueles,
a coleccionar palabras
luminosas.
Y cuando vino ella,
con la que conté al
alimón
los granos de nuestro
reloj de arena.
Cuando al conjuro de
la magia,
con esa arena
levantamos nuestro
castillo junto al mar,
para llenarlo de
sonrisas y de anhelos,
aquella luz primigenia
con la que fui ungido,
encontró los colores
distintos del mar y los soles.
….y ahora que los
recuerdos se olvidan
y las vivencias canean,
cuando vuelvo a ti, te desconozco, te extraño.
Y no es que se me
olviden los orígenes,
es que se cambiaron
los trazados
y nacieron nuevas
arquitecturas.
Es que ya no encuentro
aquella calle
empedrada en que jugaba,
a poder emular
golondrinas,
dejando huellas en el
aire.
Perdón por la
irreverencia de adueñarme y cambiar el sentido del verso de Don Antonio Machado,
para dar título a esta entrada.
Hoy abril empieza en
los calendarios. Empieza tan descontrolado como estos tiempos convulsos que
estamos obligados a vivir.
Y no sé vosotros, pero
yo no me conformo con esta frialdad que me acosa los huesos y me descalienta
los latidos.
No quiero conformarme
con la diaria letanía de desgracias ocurridas.
Quiero sentir, carne
adentro, el tibio escozor del abrazo, el perfume caliente de una mirada, la
acogedora luz de una sonrisa, el perdido placer de latir al compás exacto de la
música.
Vamos a abolir las
soledades, a olvidarnos de las penas y por el tiempo que dure un bolero, vamos
a buscar el viejo sentir del amor primerizo, del beso robado, del temblor
sudoroso y acuciante.
Ya que hasta la
primavera nos es huidiza y casquivana, busquémosla en el salón de nuestra casa, junto a la
persona que queremos, que recordamos o que soñamos.
Que cada uno escoja la
música que le guste y si no queréis molestaros, os dejo este bolero de Ibrahim
Ferrer que seguro “os anima”.