jueves, 21 de abril de 2022

LO SUYO NO ERA LA PINTURA


 

Definitivamente, lo suyo no era la pintura.

De pequeño, ni siquiera era capaz de hacer con un 6 y un 4 la cara de algún retrato.

Ni era mañoso para el dibujo lineal, (siempre alguna línea torcida, o una mancha indiscreta y exuberante de tinta le acercaban al 0 absoluto, en el preceptivo examen de bachiller), y no hablemos del dibujo artístico que con paciencia infinita y probados conocimientos, nos enseñaba la profesora de dibujo, topando siempre, a pesar de sus esfuerzos,  con su total incapacidad para pergeñar al menos algo parecido al motivo que nos servía de modelo.

Creció y pudo comprobar con envidia, como otros eran capaces de pintar con  la sola ayuda de la ceniza de un cigarro, un poco de vino tinto y una imaginación desmedida, algo bello y distinto que se mantenía en el tiempo.

Envidió a aquel pintor de brocha gorda, pero de sensibilidad afilada, que con cuatro líneas de un bolígrafo y unas sombras sabiamente descuidadas, armaban en la página un cuadro perfecto de unas ruinas soñadas.

Trató con pintores consagrados, estuvo en estudios de premiados, comprobó desde el inicio carreras de artistas que devinieron en imprescindibles, pero de todo aquello, no supo aprender nada.

O al menos, Minerva o Kora, no fueron capaces de insuflarle con su aliento, el latido necesario para hacer de él alguien que al menos supiese representar con algún decoro la belleza que cada día se ponía ante sus ojos.

Pasaron los años y trató de trasmitir esa belleza con la ayuda de las palabras, dudando siempre de si era capaz de conseguir, que esa belleza refulgiera.

Y cuando los otoños de la vida se agolpaban con machacona insistencia, gracias a una técnica que no sabía de amaneceres, luces, sombras y latidos, se hizo a la idea que al menos podría “inventar” primaveras, crear nuevos colores y soñar que las maquinas son capaces de hacer que los sueños se cumplan.

Sabía que era poco, pero solo con eso se conformaba.

 


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