Empieza a secarse la
pluma de este aprendiz de poeta, mientras vuelan por el aire palabras y
sentimientos que no encuentran el necesario asidero de una página en blanco,
capaz de redimirlas.
Los sueños se ahogan
por falta de tiempo y la ilusión agoniza como las ascuas de una lumbre que
apagan las cenizas.
Son muchos los eneros
inexorables, y son tantos los pasos dados, -algunos sin sentido-, que ya lucen
agujeros las gastadas y enmohecidas suelas del sentimiento.
El tiempo se hace tan
pequeño y la memoria tan frágil que ya no caben los recuerdos, no se escucha el
sonido de los pétalos, ni el color de las viejas sinfonías.
Dejad que ponga en
vuestras manos la palabra para sentir el latir de las estatuas, para
emborrachar de sol amaneceres, para evitar que las noches sean eternas, para
resolver las incógnitas de esa ecuación que los dioses nos proponen.
Usarla siempre:
Cuando os de mordiscos
la congoja, para las mañanas sin sonrisas, para cuando vuestra sombra tenga
forma de fantasma, para componer canciones a la luna, para poner flecos de
espumas de mar al logro de un poema, para cantarle al amor y otras extrañas
circunstancias.
Este viejo árbol que
ahora soy, todavía ofrece alguna sombra.
¡Aprovéchala!
Apoyados en mi
tronco, al regazo de los sueños, buscar alrededor, es posible que todavía
podáis encontrar algún matojo con verde de esperanza y el color suave de alguna
florecilla que, con su pequeña, pero colorida vitalidad, nos enseña que siempre
la vida merece ser vivida.
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